lunes, 22 de noviembre de 2021

PISO 7 APATAMENTO 704.

 Al poner la llave en la cerradura para abrir el portón, la nota algo dura, difícil de abrir dando las tres vueltas requeridas, de modo que se impone la nota mental de avisarle al conserje, al entrar ve a tres ratas jugando en las escaleras y lanza un suspiro ante la ineptitud del conserje, un hombre que era un viejo cascarrabias y olvidadizo. 

 Miró las escaleras en forma de caracol que recorrían los diez pisos del edificio, su apartamento estaba en el piso siete, la desanimaba subir con sus bolsas de mercado, pero el ascensor la desanimaba mucho más, la última vez quedo atrapada por casi una hora y media. Desde el corredor vio una botella grande de jugo, estaba sobre un papel que aleteaba por el viento que entraba desde el ventanal del séptimo piso, se acercó sin dejar de mirar la botella de jugo, por supuesto su sabor favorito. 

Se inclino a tomarla, el pulso le tembló un poco al desdoblar la nota ¡bébeme! Era la tercera bebida, pero la primera nota. Abrió su puerta dejo las compras sobre el mesón de la cocina, fue hasta el baño en donde vomito, se lavó la cara, cerró los ojos hasta que el temblor de su cuerpo desapareció, regreso a la sala y llamo a alguien, al no recibir respuesta escribió un email desde su computadora. 

La respuesta llego casi al instante con las palabras “bébelo, que sigue Alicia, lo prometo”. Apago su computadora y bebió el jugo. A los minutos se sintió mareada se dirigió a la habitación, mientras se quedaba dormida decía en voz alta, tratando de imitar la voz melosa de Robert - te podemos ayudar a superar cualquier problema, a la tercera. Estaba perfectamente consciente que era el costo, prefería morir, es a lo que la inclinaba su naturaleza dulce. 

Pensaba en aquella vez que recibió la invitación a las caminatas en el jardín botánico, luego a las noches de estrellas, luego a la sociedad del conejo, en cuando compartió sus almuerzos con Alicia, en sus celos, en las bromas pesadas de Robert. En su inminente muerte.

UN SECRETO

 En una orilla del camino bifurcado, en la ruta de Alhambra, un hombre viejo espera desde hace veinte años un encuentro. En sueños apareció frente a él un hombre de barba gris, con ojos negros y brillantes como de un gorrión, el hombre prometió decirle el secreto de la vida humana, su propósito y finalidad. El hombre viejo nunca se conformó a ser un hijo de la muerte, aun cuando parecía que su encuentro maternal pronto sucedería. 

Una tarde con ráfagas alegres de viento endulzado por los árboles florecidos, entre rayos luminosos, lluvia de pétalos y hojas amarillas apareció el hombre de la barba gris con sus ojos negros brillantes de gorrión, se miraron se hicieron una mutua reverencia y al acercarse lentamente el anciano recibió un secreto en sus oídos, después de una sonrisa cómplice, ambos siguieron su camino en la bifurcación de la ruta de Alhambra.

UNA MADRE

 Cuando vi a pedro por primera vez en la fiesta de Marcela, jamás pensé que allí encontraría a alguien tan idóneo para cumplir mis anhelos, fue una sorpresa total encontrar a alguien como él, un ser lleno de reposo y completo conformismo, en la fiesta organizada por una baronesa hambrienta de poder como era Marcela. La reunión rebosa de personas destinadas al éxito material, al dinero de familia y de inversiones a dominar la vida de otros, a controlar las masas humanas por medio de empresas y consorcios, rebosaba de seres destinados a la voracidad, por supuesto yo estaba incluida por nacimiento en tan cruel destino. 

 Pero yo quiero ser madre, es en todo cuanto puedo pensar desde hace una década, Pero ¿cómo se hace o se es una madre? Lo entendí justo cuando vi a una mujer que amamantaba a su pequeño y observaba al mismo tiempo como jugaba su otro hijo de no más de 4 años en las resbaladillas del parque, recuerdo bien que decidí caminar por el parque para aclarar mi mente y calmar mis nervios, ya que mi destino me cercaba, en la compañía de la familia se aprobó la comercialización de un nuevo producto que yo había creado; las potencialidades de obtener ganancias me había catapultado a la vicepresidencia, ahora sería como Marcela. El temor me paralizaba. 

 Así que con la absoluta sonrisa y paz de esa mujer lo supe, tenía que ser madre, no deseaba ser vicepresidenta, no deseaba ser Marcela, ella había estado desde mi nacimiento como una sombra que supervisaba, pero no amamantaba, ni sonreía o abrazaba, ella solo podía pagar para que otras mujeres se encargaran de estos menesteres tan poco estimulantes, ella jamás me dio una madre. 

 Mi completo asombro por haberle encontrado al fin, me llevo a la incredulidad, por lo que pedro debió soportar varias entrevistas para corroborar que su conformismo era sublime, era un hombre hecho para ser conquistado por el matrimonio y la subsecuente paternidad. Era en pocas palabras perfecto. Por supuesto marcela me arruino económicamente, fue algo que me dio una visión de paz, de estar en el camino correcto, me desvinculaba de ella, como en mi infancia se negaba a mirarme hasta no tener uso de razón. 

Pedro estaba listo también, había logrado entrenarlo para este momento, la modestia y la carencia aderezaría nuestra maternidad, ya teníamos la propiedad deseada, una casa de dos plantas semiderruida, lista para la mano de obra de un padre atento, tierra fértil para el cultivo de árboles frutales y rosas, porque un hijo sin jardín jamás podrá sentirse completamente amado. 

También pensé en tener un par de conejos. Después de unos cuantos encuentros sexuales por supuesto después de una sencilla firma de matrimonio en la iglesia rural de la zona, junto a un sacerdote frugal como se debe, quede embarazada. A veces me sentaba en las sillas del patio a ver el amanecer y beber algo de yerbabuena, mientras acariciaba mi vientre que contenía a una hermosa bebé, estaba dispuesta a ser feliz a ver al ginecólogo y a no hacerle caso si llegaba a poner sus conocimientos médicos generales por sobre el absoluto bienestar de Dulcinea. 

El día del parto sentí todo, perdí el conocimiento, sangre y lágrimas brotaron de mí, pero Dulcinea estaba perfectamente bien, ningún tipo de instrumento o medicamento altero su percepción del mundo, de su realidad como ser reverenciado y amado hasta el exceso. Pedro nos condujo hasta la casa de campo, casi completamente restaurada, eso me hacía sentir orgullosa del padre que había elegido, pasamos por el limonero y los melocotones en cosecha, era una mañana soleada y llore todo el camino de la felicidad. Dulcinea era el único ser que me podía hacer llorar. 

 La mañana que cumplió seis años, le contamos que iría al colegio, eso la puso muy feliz ya llevaba un par de años preguntando por la escuela, por la oportunidad de jugar con otros niños, era una falla de mi parte, desde su nacimiento me habían quitado un ovario por complicaciones, así que iba a ser madre de una no de varias, pero eso estaba bien. Le servía de compañera de juego y expediciones entre los melocotoneros, pero su soledad debía ser curada por otros niños. 

 Hice el desayuno que más le gustaba yogurt con arándanos, frambuesas y algo de nueces, le compré el día anterior su uniforme en el pueblo cercano, ella eligió una bata de conejos azules y zapatillas blancas, con bolso a juego lleno de colores y lápices. Estaba lista pensando en el colegio en sus nuevos amigos en lo fácil que sería amar a su maestra, yo la contemplaba como cada mañana bebiendo mi café. De pronto contra la ventana de la cocina se estrelló un ave, era un hermoso azulejo. Dulcinea salió corriendo y lo tomo en sus blancas manitas, me lo mostro mientras lloriqueaba, yo también llore, pues no deseaba que se enterara de que cosa perversa y corrupta era la muerte. 

 Ese domingo lavaba los platos del almuerzo, al terminar me detuve un momento para contemplar una tarjeta pegada en la nevera, hecha a mano por mi pequeña Dulcinea, que decía: para la mejor mamá del mundo. Esa era yo la mejor madre del mundo, la más feliz, no podía creer que durante siete años había sido inmensamente feliz, supongo que no agradecí mi fortuna, porque casi de inmediato escuche un golpe seco en la entrada, luego pedro me llamo, corrí hacia ellos, Dulcinea sobre el piso bajo las escaleras, daba sus últimos suspiros, me miro trato de sonreír, sus ojos luminosos y eternos se apagaron. Pedro la subió al coche y condujimos hasta el hospital por veinticinco minutos, pero yo que la tenía sobre ms rodillas lo sabía, ya no era una madre. 

 Después del sepelio, llegue a casa y dormí un poco, me desperté asustada hubiera jurado que Dulcinea me llamaba con su voz suavecita como un susurro: - ¿mami, mami, me amas? Pedro dice que no debí cortarme el cabello yo sola, que me corte la oreja, que debo comer, que debo bañarme, que debo dormir, que debo intentar ser madre de nuevo. 

- Y si lo intentamos de nuevo, nada va a remplazar a Dulce, pero ayudara a volver a la vida. Lo dijo en el peor momento, le lance mi taza de café, luego tome las tijeras e intente que su boca dejara de decir esas dolorosas frases. 

Por supuesto el golpe con el que se defendió dio justo en mi mandíbula, al ver que no me podía despertar me llevo al hospital, una vez allí la psicóloga decidió dejarme en observación, Pedro estuvo de acuerdo. Durante las seis semanas que duraba la observación como interna en el hospicio de la cuidad que queda a tres horas, Pedro me visita cada día, me lleva dulces y galletas, también un cambio de ropa sabe que odio las batas blancas, luego me abraza por veinte minutos. 

 Lo veo desde el patio preparando todo para salir hacia el hospicio, me dieron de alta desde hace un par de días, no le he dicho nada, camine sola hasta la casa; algunas personas se paraban a la orilla del camino y ofrecían llevarme, pero yo deseaba caminar, supongo que las personas veían mis pies sangrando y se compadecían, pero rápidamente por mis respuestas se asustaban y seguían su camino. Es que acaso se puede contestar algo razonable cuando te preguntan si estas bien y no lo estás. 

 Mientras caminaba por el patio recogía los melocotones del piso luego me senté bajo el limonero a comérmelos mientras pensaba en lugar en el cual sepultamos el azulejo con el cuello roto. Cerré los ojos y vi su tumba de Dulcinea, era un pequeño Taj Majal que Marcela había construido para su nieta. En los malos días entraba y cerraba la reja, me quedaba allí hasta pasada la madrugada, Pedro dejo de cerrar la reja con llave, cuando vio lo que le hacía a mis dedos y uñas al tratar de abrir, así que cuando no me encontraba en casa, llevaba algo de café, una manta, acaso zapatos al mausoleo, se quedaba conmigo hasta que por compasión con él yo accedía a irnos. 

 Al salir me vio sin sorpresa recostada en el limonero, me dijo mientras me levantaba de la tierra que contrataría a alguna de las mujeres de la cosecha de melocotones para cuidar la casa mientras mis pies sanaban, pero que las rosas no podrían florecer sin mis expresos cuidados, - ¿Qué abono es el que preparas con el agua de las pastas? Es tan difícil hacerlo, debes enseñarme. Subimos las escaleras y me metió en la tina, trajo algo de miel para mis heridas me baño con agua tibia, ¿me amas, aunque no sea madre? Le pregunte mientras le afirmaba que yo si lo amaba, así no fuera un padre. 

 Ana es un joven mujer, pronto será madre su vientre parece a punto de germinar, cocina la sopa de zanahorias más deliciosa que he probado, le pedí la receta para hacérsela a mis futuros hijos, pero la verdad deseo que mi nueva hija no vaya a perder tan delicioso regalo de su antigua madre; la comerá mientras le cuento sobre un pequeño príncipe vanidoso que una mañana al despertar de sus dulces sueños, va hacia su espejo favorito y contempla su imagen distorsionada y desagradables, sin saber que el espejo fue roto por accidente por un sirviente, cae en una profunda tristeza de la que solo lo salva una sombra negra. 

Es que desde el día en que entro a la casa sin más familia o propiedad que su insipiente barriga de 4 meses hemos pensado bajo que melocotonero descansara de su desafortunado destino de joven mujer triste, pedro ya está preparando el mejor y más alejado de la casa.

LAS RANAS.

 

El día en que llego el televisor a nuestra pequeña casa de campo de un piso, amplio jardín, cocina de guadua trenzada y horno de barro para el pan, fue un acontecimiento de gran felicidad, mi padre instalo la electricidad durante el fin de semana, para evitar que mi hermana y yo camináramos hasta la casa de la abuela solas y sin permiso, ni regaños ni golpes lograban evitar la tentación, así que decidió poner una televisión en casa. Esa noche nos quedamos viendo las noticias luego un programa que no me intereso, también anunciaron en los espacios comerciales que a la medianoche darían una película sobre un niño norteamericano que conocía a un extraterrestre, ame las imágenes y al irme a dormir a eso de las siete y media después de tomarme el chocolate con arepas de queso que, hacia mi madre para la cena le pedí a mi padre que me despertara para verla, así lo hizo.

En la mañana desperté tarde y mi hermana veía una película de Blancanieves sentada en el suelo con las piernas cruzadas, mientras mi abuela entraba por la puerta con un canasto cubierto hacia la cocina, la seguí, de hecho, la seguía por todas partes, tenía mi total devoción, era la primera persona que me había llamado bonita, por supuesto mi color de piel pálida era determinante a la hora de emitir su juicio. Junto a mi madre hicieron el desayuno que no recuerdo cómo se veía, ya que empezaba mi fea costumbre de comer viendo la televisión, solo sé que estaba delicioso. Cuando se marchaba yo me puse a su lado con mis botas moradas para la lluvia y la tomé de la mano, estaba lista para acompañarla a su casa, mi padre me dijo con una frase sin matices: - quítate las botas.

Ese lunes debía llevar una rana a la clase de ciencias, la dormiríamos con una sustancia y podríamos hacer luego maldades innecesarias con su pequeño y frio cuerpo. Mi padre había conseguido para mí un sapo de tamaño mediano y una diminuta rana, ya que no había podido explicarle con exactitud como debía ser nuestra víctima, nunca he logrado explicar las intenciones de los otros.

En el colegio la locura se desarrolló desde temprano, la maestra para evitar los juegos y posterior fuga de los batracios, ordeno poner unos algodones dentro de los frascos de vidrio en los que estaban las ranas, yo había llegado con dos diferentes animales y con un frasco de plástico que antes solía contener panderitos de maicena, por supuesto la maestra me amonesto por mi inexactitud a la hora de cumplir con mis tareas. Al no poder verificar si ya estaban inconscientes abrí la tapa, el sapo se apresuró a saltar, otros liberaron sus ranas las cuales saltaron por el salón mientras niños y maestra se arremolinaban en un torbellino de voces festivas y gritos furiosos, una pequeña y delgada niña se desmayó, cayó sobre su silla de escritorio se lastimo un hombro.

Una vez se restableció la calma la maestra volvía de entregar a la pequeña y delgada niña con sus padres, mientras yo esperaba mi castigo mirando el tablero de espaldas a la clase, con mi brazo derecho dolorido por los tres pellizcos que me había infligido, ella entro y empezó a hacerme dictado, sabía que tenía dificultades para escribir correctamente las palabras que contenían g y j, por supuesto en estás descargó su elección. Los compañeros reían divertidos y malévolos por mis incapacidades lingüísticas, después de darme una valiosa lección sobre el cuidado que se debe tener de las personas con poder me dirigí a la casa, mi hermana había decidido irse con sus amigas de nuevo, así que caminé sola, comí guayabas y para vengarme decidí matar unos cuantos grillos. Cuando entre vi a mi padre con la cara y las manos hinchadas y con tintes morados, mi madre lo cubría de miel, al verme llorar me explicaron que las abejas lo habían picado tratando de defender su panal del machete de mi padre.

Esa noche no pude dormir, me había enterado de que mi cazador de ranas preferido en el mundo podía un día morir.

martes, 8 de junio de 2021

TALLER

 

Cartas

Ese día estaba lloviendo, el pantalón rosa se empapo hasta las rodillas, claramente la sombrilla bajo la que estábamos la vieja Amanda y yo no podía cubrirnos del todo, y menos cuando Amanda tiene tantas proporciones, son 85 kilos del más puro y sincero afecto es la verdad, voy a quererla hasta mi muerte. Aunque la sombrilla claramente no nos cubría del todo ella me apretujaba contra su costado como si quisiera que me adhiriera a ella, no lo entendía bien, pero era claro que estaba ya extrañándome. Nos detuvimos frente a un viejo portón blanco rodeado por muros azules, ella detuvo su hasta hace unos segundos apresurados andar y vacilo, bajo la lluvia ella vacilo, supongo que mi vida hubiese sido distinta, ahora creo que infeliz, pero quien a los doce lo sabe.

Al entrar debí esperar en una pequeña mesa cubierta por un mantel blanco con bellos bordes tejidos, estaba amarillo supongo que por los muchos años que llevaba cumpliendo con su servicio de antesala, en aquel reclusorio para mujeres sin talento o con mucho temor. Espere por un largo tiempo, incluso alcance a contar las flores del mantel, los cuadros con santos en el corredor, las flores que se alcanzaban a ver en el patio interno. Pero no me levante de la silla, no por obediencia, más bien por un infantil temor de perderme y que Amanda no pudiera encontrarme en tan blanco lugar, y es que eso sucede en los lugares tan monótonos y sin decoración definida, uno se pierde en esa dimensión de la nada, de la falta de ocupación humana en esos dominios del espíritu santo.

Ya estaba en ese punto del tedio en el que se inicia la inspección de las manos, cuando una pequeña y anciana monja entro y me dijo con su voz casi inaudible, - sígame.

Por supuesto la seguí, siempre he respetado a mis mayores. Entre en una sala algo más decorada, por una mano definitivamente femenina, con los usuales colores pastel que se esperan entre dulces damas antiguas y sin usar. Dentro de un gigantesco armario de madera saco la monja un hábito blanco de una sola pieza, me dijo que me lo midiera a ver si era de mi talla, por supuesto no lo era, pero ella amablemente me consoló, diciendo

- dentro de poco yo sabrá cocer y tejer así podrá hacer sus propios hábitos.

Mientras me asomaba por el espejo estaba esperando que Amanda me lo dijera, que ella me buscara y me confesara lo que ya mi corazón sabía, habíamos llegado a ese convento para dejarme, sola y abandonada como un Oliver twist cualquiera. Me quite el hábito y lo patee lejos sin ver la cara de la pequeña monja mientras me decía: - no seas grosera pequeña, todas amamos al señor.

Y mientras tomaba el vestido del suelo murmuro mientras me tocaba el cabello: - todas con el tiempo. Luego se marchó dejándome dispuesta a llorar mientras deseaba arrojar los escasos adornos por el suelo. Pero no lo hice, es que no soy del tipo teatral siempre he sido más sigilosa como las serpientes, diría un día la madre superiora.

Después de un rato llego una monja poseedora de un rostro hermoso y una sonrisa celestial, con la piel más tersa que yo había contemplado jamás, y digo contemple porque así fue como me quede en estado contemplativo, viéndola andar por la habitación con su hábito completamente blanco excepto por el velo negro y la capa azul turquesa, se movía como una reina en medio de sus dominios; hasta que con su melodiosa voz pronuncio las palabras más mezquinas que he escuchado jamás.

-          Las niñas groseras siempre han sido un desafío, en tiempos lejanos se sabía cómo domesticar el temperamento, sin embargo, yo siempre opto por la tolerancia y te comprendo pequeña. Me miro desde su pedestal, dignándose no solo a verme a los ojos, también tomo mi mentón y dijo tan cerca de mi cara que hasta logre oler su tibio y dulzón aliento: - Serás una cebolla.

Entro una gorda novicia con velo blanco quien sin ningún tipo de cortesía me tomo por el brazo como una muñeca y me dejo en una de las celdas, austera pero limpia como no suelen ser las cosas de los católicos. Dormí sin revolver la cama, sobre las cobijas y la cómoda almohada, mientras cerraba mis ojos pensé en mi padre, ¿en dónde estaría? ¿Con Amanda, acaso me habían abandonado para vivir su amor en libertad? Ojalá fuera así, me gustaba pensar en su felicidad, era mejor que imaginarlo en alguna zanja ahogado en alcohol. Amanda maldita gorda infeliz como se le ocurría dejarme en las manos de la virgen María. – mañana debo averiguar más sobre mis torturadoras, me prometí antes de que mis parpados se cerraran.

Un golpe seco de la puerta abriéndose me despertó, acompañada de una voz exasperada:

- niña rápido a vestirse las encargadas de la huerta y la cocina siempre se levantan temprano.

El agua fría, el chocolate delicioso, el pan incomible, los huevos casi crudos, la compañía inmutable. Empezaba a creer que a las novicias encargadas de la huerta nos cortaban la lengua, pero sería bueno así no saborearía esos asquerosos huevos. Pero no era un hecho, solo era mi mente especulando sobre las novicias que aún estaban dormidas, lo sé por qué de las cuatro de la mañana  a las siete no cerraron la boca, ni siquiera para dejar de maldecir a las ratas que devoraban las cebollas y demás verduras que sembrábamos en el solar exterior, desde allí se veía el edificio que era una inmensa hacienda de dos pisos con patios internos y externos, en donde nos encontrábamos se veía la biblioteca y el comedor, desde uno de los ventanales nos observaba ese demonio hermoso y sonriente con piel de alabastro, deseaba que no fuera a mí.

A las ocho de la mañana las monjas hacían la fila y entraban al salón comedor en mesas redondas tomaban sus alimentos, por supuesto insípidos y frugales como dios manda. Era increíble que la rechoncha hermana Beatriz no supiera guisar, porque obviamente disfrutaba comer. En un año no recuerdo cuantas veces recibí jalones de orejas y pellizcos de sus rechonchos deditos, tenía el cabello corto rojo y las cejas del mismo color, casi deslucía con los tonos del hábito. Ya llevaba un año, sin embargo, nada de velo según mi bellísima carcelera no lo merecía, y ya que las de la huerta tampoco usábamos el hermoso broche de piedras con la imagen de la niña María, me veía aún más desamparada que las demás.

Las cebollas me habían otorgado un penetrante olor, como al resto de mis compañeras quienes podían usar el velo, pero en mi caso no se trataba de que me dormía durante el ángelus, se trataba más bien de Amanda quien se había ido sin dejar dinero.

Mi compañera favorita era Ana, una linda jovencita mayor que yo por varios años, pero era silenciosa, patológicamente tímida y su olor ayudaba a disimular el mío. La he apreciado como a una hija, como a una cría a la cual se le debe cuidar y procurar; es que el instinto maternal está ahí, así el útero no se use.

Cuando cumplió 21 años dejo caer su devocionario entre la bolsa de las cebollas, se apresuró con tan agilidad sobre el objeto, cómo jamás la había visto hacerlo por nada, así que como es natural en mi sospeche, ya que para una analfabeta como ella un devocionario no significaría gran cosa.

Ya hacia bastante tiempo que deambulaba por el edificio conventual a placer, pues vuelvo a repetirlo soy un tanto sigilosa y mi padre no solo me enseñó a leer también a obtener el dinero para los libros, que siempre han sido un objeto de lujo. Y las llaves de la portera eran muy grandes y ella muy ciega algo gracioso si lo piensan bien. Además, para dormir están las horas de oración, y yo quería tener cierto devocionario en mis manos.

 Así que entre a la habitación de Ana, quien dormía plácidamente como solo lo puede hacer alguien cansado, trabajador e inocente. Sobre su escritorio no estaba el devocionario, la verdad fui tonta al esperar que estuviera allí, todos saben que las cosas amadas son vigiladas bajo la almohada. Justo allí esperando por la verdad.

Ya en mi propia habitación, lo leí y solo pude desear sentir aquello. La envidia me embargo durante varias horas mientras miraba el techo desde la oscuridad tendida en mi cama, me preguntaba sobre los elegidos, los que llegan a sentir como sale el sol o cae la lluvia desde la indiferencia del amor humano.

A la mañana siguiente fui hasta el comedor para encontrarme con esos huevos incomibles, pero no vi a la inocente Ana, pregunté por ella a la hermana Beatriz, quien como era su costumbre conto más de lo que se necesitaba:

- diarrea, supongo que ahora se ha vuelto holgazana como tú, ¿quién amanece con mal de estómago el día de cosecha?, Francamente el colmo no le creo nada a las embusteras.

-Tal vez si comiéramos mejor o al menos no tan mal. Conteste mientras salía por la puerta de la cocina a todo vapor antes que la fiera recordara donde había dejado el cucharon de madera, era su favorito para arrojar.

Escribí una nota con mi mejor letra, por supuesto un plagio de la mejor poeta que había leído, decía:

Si ello es fuerza querernos, haya modo,

que es morir el estar siempre riñendo:

no se hable más en celo y en sospecha.

ANA

Deje la nota dentro del devocionario junto a la carta que allí había encontrado y Salí para deslizarlo debajo de su puerta; ella al sentir mis pasos abrió la puerta y me miro con el rostro enjuagado en lágrimas, yo me levante de un solo respingo y quede helada, nunca imagine que el amor doliera tanto.

-escribí una respuesta para ella, debiste decirle que no sabes leer o escribir Ana, creo que está molesta o se siente alejada.

- cállate, por favor, es pecado. Me respondió con un grito ahogado y rabioso mientras me arrebataba el devocionario y cerraba en mi cara la puerta.

Dormí plácidamente sabía que la tentación de la comunicación es siempre ineludible entre los amantes, y nadie mejor que sor Juana y sus versos cómplices. Al despertar tarde tuve que quedarme sola sembrando las semillas de tomates, pero Ana ofreció ayudarme con una renovada sonrisa, se notaba que había entregado la nota y ahora todo estaba bien, ella no hablaba, pero sabía que las palabras se le salían por los ojos, en silencio esparcía las semillas. Pero yo ya estaba cansada de esperar la conversación y recite:

-Pues ni quieres dejarme ni enmendarte,

yo templaré mi corazón de suerte

que la mitad se incline a aborrecerte

aunque la otra mitad se incline a amarte.

Se quedó perpleja, - es hermoso, me dijo levantando la mirada con timidez y anhelo–¿lo escribió?

 Yo asentí con la cabeza y ella lanzo a cualquier parte las semillas, un sutil arrebato de alegría. Durante la tarde en maitines me pidió que leyera el poema completo de sor Juana Inés de la Cruz, una religiosa mexicana. Así que subimos hasta la biblioteca y le solicitamos a la hermana librera que nos prestara un libro de poemas de sor Juana, la mujer que tenía un bigote nada sutil dibujado sobre el labio, nos miró y no pudo resistirse a la maldad del que se sabe privilegiado.  

-esta borrica no lee, y tú dudo que disfrutes de la poesía sacra, en medio de la peste entre las cebollas.

-versos de sor Juana por favor. Le respondí con mi voz más neutral, nunca entendí a esas brujas tenían todo para ser felices y buenas, pero solo querían ser normales.

Fue desesperante verla en su proceso de buscar un libro, su parsimonia en el andar no se comparaba a ningún otro espectáculo de tedio. Pero al voltear para buscar a Ana, la vi por primera vez en años la vi. Estaba parada como una estatua en medio del salón, viendo sin ningún pudor a una monja alta y con anteojos que trabajaba en el escritorio al lado de la ventana que veía al huerto. La monja estaba completamente sonrosada, llena de esos colores que solo el amor puede entregar.

- ¿Qué haces tonta?, te vas a delatar, no la mires así por santa Teresa.

La hale hacia la recepción ya que la desesperante monja venía con un libro. – son los sonetos de san juan de la cruz, les convendrán más. Esa mexicana no es de buena espina. Y entrego el libro con una mirada de ponzoña.

Después de eso ya sabía quién era la receptora de mis cartas, cada vez más apasionadas debo decir, me convertí en una simple escriba, Ana a medida que pasaba el tiempo perdía mas el decoro en mi presencia y me confesaba como a una silla, sus emociones desbordadas por besos en pasillos solitarios y roces indebidos en el comedor. Pero ya no era conmigo con quien deseaba pasar las noches dictando cartas, ella ahora quería lo que la carne se apresuraba a exigir.

Por supuesto con mucho recelo les di mi llave de portería, pero no sin antes exigirle a la pequeña Cristina, que me diera un poco de coraje o valor monetario, ya que ella era de esas jóvenes con padres generosos y buena posición, lo supe desde el momento en que vi el papel en el que escribió su verso reclamante, un buen papel una buena letra un buen bolsillo. En fin, a veces solía quedarme frente a sus puertas escuchándolas, aunque lo intentaban silenciar, un poco de placer escapaba por sus gargantas.

Por supuesto los secretos no duran para siempre, y menos cuando la imprudencia hace que dejes tu escritorio de trabajo y te encuentren con la cabeza bajo el hábito de una novicia recostada sobre un bulto de cebollas. Lo que hace el amor, yo nunca he podido acostumbrarme al olor.

 Luego te llaman con la reina del mundo para preguntar lo que ya saben, que si es tu letra, que si robaste las llaves de portería, que si otras hermanas te han pagado para escribir cartas obscenas, preguntan mientras tienen las cartas sobre el inmaculado escritorio desde el cual la reina del pequeño mundo de esas mujeres, lo controla todo, lo ve todo y lo juzga todo.

Pensándolo bien hace años siendo una niña la vi por primera vez y estaba hermosa ahora aun con su cara roja y enfadada seguía hermosa, como si el espíritu santo la preservara del envejecimiento, era como si su rostro lozano en verdad quisiera estar allí, no era una prisionera como las demás ella era una reina con total control. Me encontraba en tan profundas meditaciones cuando de repente sentí la mejilla roja y el rostro dolorido.

-no me prestas atención, serpiente. Desde el momento en que te vi supe que la mala semilla de nuestro padre había florecido con especial raíz en ti.

La miré con los ojos fijos y con voz suave le dije:

- solo son cartas, palabras nada más. Trataba de explicarle la trivialidad de la situación mientras se resbalaba una sencilla lagrima por mi adolorida mejilla, pero ella no quería escuchar, solo escupir su indignación sobre mí.

-ensuciaste este santo lugar. Con tus palabras, les diste rienda suelta a lo que debían mantener oculto, era una lucha que debían librar y ganar, pero por ti y tus palabras la han perdido. Lo decía con una rabia descontrolada mientras arrojaba las cartas sobre mi cabeza.

Después de darme otro bofetón, me llevo a empujones hasta mi celda. - ¿Dónde están? Pregunto con furia, señale hacia mi cama, luego la hermana de la portería levanto el colchón y vio los billetes que simbolizaban mi cruzada en nombre del amor. Era mucho lo confieso, no pude resistirme a la risa cuando me volteo a ver con su bella piel de alabastro y sus ojos desorbitados de furia – tienes un convento lleno de románticas enamoradas, le dije.

 

Ibagué, Tolima 18 de julio 2020.

Coprológica o el cuento sobre los desechos de un dios en la tierra.

 

Aun cuando la bacinica era de plata y el cobertor de seda, es una verdad universal los excrementos humanos huelen igual, sea el excretor príncipe o mendigo. Aunque es notable que si la dieta de su majestad es ligeramente cambiada hacia el mayor consumo de legumbres no solo el color y la consistencia cambiaran, también el olor se volverá menos penetrante, aunque hemos tenido un par de consejos polémicos entre el médico, el cocinero y el astrologo, éste último insiste en lo innecesario de alejar a su majestad de sus amados chocolates o café, ya que es su temperamento de signo de tierra quien causa la fetidez no la dieta, son los astros algo que no puede más que aceptarse.

Anotaciones del gran visir.

 

I

Mis sábanas son deliciosas, cómodas, suaves y olorosas. Desprenderse de tan grandiosa cama es una pena incluso para un sátrapa tan majestuoso como yo. En unos minutos entraran todos mis cortesanos y sirvientes luego me llenaran de adulación junto a expresivos deseos de bienestar, algunos se excederán, me molestaran. como siempre los tolerare solo porque sé que el amor y la devoción por los seres superiores no se pueden contener en los pechos de las más viles criaturas. Pero si alguno no desea que mi día sea largo y longevo va a tener que lamentarse mucho para convérseme que no lo destroce por completo.

Porque eso es algo que puedo hacer, destruir la vida de cualquiera hombre o mujer, muchos solo desean que la decisión sea radical y sin ningún vicio de diversión o resentimiento, desean morir rápido, si algún día llegan a merecerlo. Porque no han sido pocas las veces en que he decidido que la muerte será un premio una solicitud expresa y un regalo de misericordia para aquellos que se tornan poco menos que amorosos y reverenciales ante mi presencia.

No es crueldad, es que todos deben aprender sobre mi supremo poder, debo demostrarles que no solo disfruto de majares dulces o almohadas suaves, también de sus caras, incapaces de conmoverse con mi magnificencia pero que, si se conmueven ante el dolor, es verlos tan humanos desde mi trono es verlos redimirse por sus faltas y los perdono en verdad los perdono y pueden abandonar la tierra con toda tranquilidad que seré amable con sus almas, ya que me impidieron serlo con sus cuerpos.

Mientras los veo pienso en salomón entregando una de las mitades del bebé a cada mujer, no puedo evitar sonreír ante su tolerancia con las mujeres, yo no soporto verlas llorar o escucharlas gritar de dolor o placer, sus sonidos en general me repugnan, las prefiero silenciosas como estatuas perfectas.

Pronto vendrá el desayuno panes dulces y esponjosos, el medico había recomendado suspender la levadura o el azúcar, según decía el olor de mi materia fecal avisa sobre el exceso de estos productos, tampoco desea mantener en mi dieta la leche con miel o la carne de las jóvenes que tanto disfruto, note como su cabeza se hundía un poco más cuando menciono la carne, apuesto ahora que veo su cabeza sobre la pica que pensó que esa restricción fue la que genero nuestro pequeño malentendido pero el ingenuo me disgusto de otro modo, me apena que no supiese que la leche con miel es mi preferido.

Los encargados de mi limpieza personal son muy viejos, recuerdo sus rostros inexpresivos acompañándome desde mi infancia, esperan con paciencia que termine de evacuar mis intestinos, retiran la tinaja de plata y cubren su contenido para retirarse con él, he querido preguntarles sobre qué fin o uso les deparan a los desechos de un dios en la tierra, pero hablar de tales menesteres me parece indigno de mi condición.

La boca sigue doliéndome mucho, siguen las coartadas y se han caído varias muelas traseras. Problemas con mi dieta dicen, así que he llamado a mi cocinero preferido y le he demandado que no vaya a consentirme con azúcar excesiva, pero él que es siempre un hombre gracioso me dice que el azúcar solo puede consentir el paladar de su majestad, pero jamás envenenar su sacro cuerpo, es muy listo y ya ha pensado en hacer platillos más blandos para no molestar mis preciados dientes, por supuesto he estado de acuerdo con él, nunca puedo resistirme a abrazarle después de verle.

            II

Desde hace ya un tiempo he suspendido la entrada a mis aposentos de sirvientes, concubinas y cortesanos, en realidad ha sido consejo de mi visir, quien me ha hecho notar que no puedo seguir asesinando a todos en palacio. También he estado de acuerdo, pues el miércoles mientras paseaba por los ventanales note demasiados cuervos sobre las murallas atraídos por las cabezas de los más ineptos sirvientes que un sátrapa pueda sufrir. Gente obstinada en continuar con las deficiencias en su trabajo, ya que para ellos tan difícil es dejar de tomar lo que no les pertenece, el hambre no es una enfermedad que azote a mis tierras o a mi pueblo, todos son libres de alimentarse de lo que requieran cuando lo requieran, bien saben que la carne es un recurso casi inagotable en mis dominios.

Así que en verdad no comprendo porque las alhajas desaparecen, el oro y la plata permanecen, pero las esmeraldas no, los zafiros, perlas rubíes simplemente abandonan mis túnicas y sombreros. Ya nadie está a mi lado solo el visir, un hombre viejo al que amo como a un padre, a veces me reprocho estos sentimientos, ya que los dioses no tenemos padres somos un fenómeno de la naturaleza, imparables e indeterminados como el sol o el aire, solo nos posamos sobre la tierra con generosidad y omnipotencia.

Acaricio mi último collar de perlas, mientras el sueño cierra mis parpados, deseo inmensamente despertar y aun encontrado en mi cuello, ya que, si no es así tendré que disponer de la vida del pobre visir quien no solo carece de respuestas sobre mis preciosas gemas, también es el único que duerme cerca. Ahora me es incomoda la rutina del aseo diario, pues esos extraños traídos de las afueras se visten apropiadamente, pero a veces los veo hacer gestos por mis olores, parecen no agradecer el contacto con mi templo mortal y me enfado, lo cual no me lleva a nada pues mañana solo abran otros rostros desconocidos.

También mi dulce cocinero ha debido marcharse, lo he lamentado tanto, cuando su cabeza rodo sentí en mi pecho un pequeño punzón no lloro ni suplico, lo acepto se sabía culpable por mis dientes perdidos y mi lengua cortada, aun así me causo su ausencia un dolor profundo e intenso, para su cabeza no hubo una pica preferí ponerlo en una urna con aceites aromáticos y tenerlo junto a mi cama, así me haría compañía, es que desde que las joyas desaparecen también lo hacen las personas, pocos me hablan o me ven solo están allí esperando a que tome mi desayuno y termine mi aseo personal para desaparecer por los portones, dejándome sentado en mi trono en silencio con la cabeza de mi dulce cocinero como única compañía.

No deseo comer más, todos parecen muy interesados en que vaya al retrete, incluso han llegado a despertarme más temprano que osadía. Aunque no puedo negar que he quedado muy sorprendido de ver el sol afuera en la ventana iluminándolo todo incluso sin estar yo despierto. El visir dice que sucede con frecuencia, aunque yo solo veo en ellos otro síntoma de la impertinencia de todos contra mí.

Justo ayer sucedió un evento desagradable, ya es molesto que mi visir, el médico y el nuevo cocinero insistan en que debo cambiar mi dieta y abandonar la carne indigna de las jóvenes que ya no nacen bellas, ahora nacen con sus rostros marcados o con solo un ojo o una oreja, lo cual por supuesto me hace dar nauseas; pero la negativa a que salga a pasear por los alrededores por mi propio bien, como si estuviese enfermo es absurdo, ordene que me hicieran caravana al salir pero ahora sé que es mejor no hacerlo, vi sus rostros el de todos ellos, ancianos, mujeres deformadas y niños, antes solo veía sus cabezas inclinadas al paso de mis caballos, pero ayer vi sus ojos fijos que miraban los míos, fue tanto mi espanto que en el pecho de nuevo sentí un punzón, abrace la cabeza de mi dulce cocinero y le avise al visir que me sentía con nauseas, así que no volvería a dar vueltas en los alrededores, además era obvio que mis pobladores están en mal estado ya que sus espaldas y rodillas no se podían doblar como solían hacerlo, entonces hasta que ellos no recuperen su buena salud yo no saldría, no por temor a su condición, más bien por consideración a la pena y vergüenza que les debe causar no poder venerar el paso de su único dios.

Esa misma noche desee la compañía de una de mis esposas, pero el visir me ha informado que ya no quedan más, pues era más que obvio que ellas eran quienes robaban mis alhajas más brillantes. Prometió buscar nuevas en lejanas tierras pues las hijas de los pobladores y cortesanos nacen repulsivas. Así que le ordene al visir que fuese el mismo quien calentara mis sabanas y pusiera sus brazos alrededor de mi cuerpo mientras dormía.

Luego de esa noche su compañía era lo único que permanecía en mis aposentos, que ya no contaban con joyas o adornos de metales brillantes, mi boca ya no tenía dientes y los nuevos de oro que el visir había ordenado para mí no llegaban aun, decido no cortarle la cabeza por su evidente incompetencia porque la urna con la cabeza del querido cocinero también me había abandonado, fue incinerada entre moscas y gusanos.

III

A pesar de no contar con la autorización de mi médico y el visir Sali a caminar por los poblados, sentía que lo necesitaba pues hace ya mucho tiempo el sol no toca mi piel ni el aire recorría mi cabello. Con asombro he visto a los pobladores quienes al parecer han encontrado mucha prosperidad en mis tierras, sus ropas, casas e hijos se ven bien y alegres. Por mi parte yo no me siento o veo igual a ellos, mi templo mortal debe estar llegando a su fin, se lo he comentado al gran visir, quien me consuela explicándome que la vida mortal de los dioses no es muy larga, pero si completamente satisfactoria, así que he llegado a aceptarlo.

La verdad no creo lo que veo, al salir de nuevo a una caminata esta mañana he seguido al encargado de mis desechos después del aseo diario, siempre tuve la duda sobre el destino de mi materia, y ya que mi vida mortal parece agotarse pensé aclarar la pequeña duda, lo seguí con sigilo no doy crédito a lo que he presenciado.

El joven entro en uno de los grandes salones de palacio entre una multitud de súbditos cuyas vidas había decidido tomar hace mucho, pero allí estaban atentos a las manos enguantadas del encargado de la jofaina, quien las ha introducido sacando pequeñas alhajas que justo anoche estaban prendidas de mi bata de seda azul.

Todos parecían esperar su turno para tomar una de las joyas, incluso un pendiente del gran visir estaba allí, ellos abandonaban su reunión cuando el encargado de la jofaina aseguraba que ya no quedaba nada en el interior. Cerré la puerta y abandoné el salón pensando en que había una joya que no podían quitarme, corrí hasta mis aposentos y me puse el collar de perlas que era de mi madre. Luego Sali hacia el pueblo esperando encontrar una serpiente menos venenosa que mi visir.

Mientras estaba sentado con los pies dentro del arroyo y los peces acercándose a ellos acostumbrados a su presencia después de un par de horas, una mujer joven con sus dos orejas, ojos y sin marcas en la piel, tiro suavemente de mi collar de perlas mientras me decía que fuera a venderlo en las tierras lejanas que para eso lo enviaban del palacio, luego regresara con las ganancias y viviera cómodo y feliz junto a mi familia, como todos en mis dominios. Mientras ella se iba y los peces mordían mis dedos supe que hacían los mortales con los desechos de una divinidad como yo.

 

Fin.

 

 DAYANNE SOFIA LEON CARBALLO.

MANSEDUMBRE

 

Movía el agua tibia lentamente con la mano dentro de la bañera creando ondas, esperaba a que el anciano llegara hasta el cuarto de baño y se sumergiera. El viejo sacerdote era silencioso y suave como un melocotón, hacía décadas que el baño diario se había vuelto un agradable ritual, cuidarlo en su fragilidad era la forma de compensar sus acciones y omisiones pasadas. Mientras le masajeaba las piernas hinchadas por las varices el anciano trato de tomar uno de sus senos, pero ella le aparto la temblorosa mano diciéndole – en un momento su excelencia, cada cosa en su momento.

La mujer no era mucho más joven que el sacerdote, pero si mucho más ágil, una vida de trabajo duro desde niña, le habían dotado de un vigor envidiable, lo ayudo a salir sin mucha dificultad de la bañera y lo sentó en su cama, allí seco con mucha atención su blanco y frágil cuerpo, con una toalla desteñida pero limpia; lo cubrió de talco para bebés y le puso unos pantalones cómodos, cuando lo recostaba en la cama él le susurro: - gracias.

Ella se metió en la cama a su lado, para cantarle muy cerca del oído izquierdo, el único que le funcionaba, después de miles de confesiones regurgitadas sobre el oído derecho, ese villancico navideño que tanto le gustaba, mientras el anciano mamaba su pecho izquierdo al tiempo que con sus suaves y arrugadas yemas acariciaba su otro pezón, ella cantaba hasta que se dormía, siempre con los ojos azules abiertos y la boca desdentada levemente abierta.

La mujer contemplaba por la ventana como las gotitas de lluvia golpean suavemente los cristales mientras el viento cómplice movía las hojas de los árboles en el patio; como siempre pensaba en tiempos lejanos y desafortunados, el sonido de la tetera la regreso desde sus remembranzas hasta sus deberes en la cocina, saco las bolsitas de manzanilla y yerbabuena, la mezcla favorita del anciano sacerdote para después de la siesta. Como era un día lluvioso durmió media hora más.

Ella subió las escaleras con el té, estaba caliente, pero cuando él estuviera totalmente lucido como para beberlo ya estaría tibio. Siempre despertaba y preguntaba si tenía visitas en el salón comedor, desde hacía mucho que no era así, cuando sus jóvenes visitas dejaron de aparecer, él perdía lentamente sus fuerzas junto con la noción del tiempo. La sangre de vírgenes siempre ha alimentado a los demonios, solía decirle su madre y el anciano sacerdote ya no tenía vírgenes para saciar su hambre.

Lo observaba de pie junto a la cama sosteniendo en una bandeja las dos tazas de té herbal, al lado tenía como compañero de sueños la imagen tamaño real de un divino niño en pañales. Antaño debía sacarla de la habitación cuando las jóvenes visitas subían a la planta alta, luego los esperaba con chocolate y pastel como merienda para restablecerles el ánimo y el amor por la vida honesta, al menos eso era lo que deseaba que sintieran aquellos en sus estómagos revueltos.

- ¿En qué piensas querida?

Retiro la vista de la pequeña estatua y lo vio mirándola con esos afectuosos ojos azules de niño pequeño, con los que la recibía después de soñar.

-       Beba se excelencia. Le dijo mientras le acercaba la taza y le acomodaba las almohadas.

-       ¿qué hay de comer?

Ella le respondió sin ningún tipo de matices en la voz, ya resignada a la inminente muerte por hambre, por supuesto un castigo merecido.

-       Nada, ya sabe cómo son los vendedores, debo salir hasta el otro pueblo y por la lluvia el camino va a estar lodoso.

-       Ve caminando. Siempre has sido fuerte, querida.

Ambos bebieron el té con calma, mientras recordaban el pasado, como suele suceder con las personas que reconocen ya no tener futuro. El anciano empezó a contarle una vez más sobre las catacumbas del monasterio de Santa Helena, de cómo los monjes perdieron sus preciosos conejos durante una peste en el 27, del desabastecimiento, del rumor verdadero que la tierra de las tumbas ayudaba a preservar los cuerpos incorruptos de los santos monjes y de los simples mortales que se podían permitir dormir la eternidad junto a ellos.

Ella ya ni siquiera lo escuchaba, mientras hablaba de la venta prodigiosa de la más  deliciosa carne de conejo, casi milagrosa en medio de la peste, ni de como durante el terremoto las catacumbas quedaron al descubierto, y sobre cómo no se encontró más que un par de cuerpos de abades, lo demás devorado consumido sin pudor, ni del olor de los cuerpos de los monjes quemados en hogueras por campesinos y terratenientes asqueados por su obligado canibalismo, ni de los monjes cantando el páter Noster en un latín celestial al arder.

-       Iré caminando, después de todo no es tan lejos. Lo interrumpió diciendo la mujer mientras ponía las tazas en la bandeja, salió con pasos sosegados después de tocarle la frente y comprobar su temperatura estable.

Frente a la puerta titubeo antes de abrirla, recuerda los insultos, los escupitajos, las verduras podridas y una que otra piedra.  Caminaba con las botas y el impermeable puesto con la esperanza de que le sirvieran de camuflaje, ahora notaba las miradas con menos rencor y más lastima, las lenguas menos ruidosas y vociferantes ahora murmuradoras. Ya las autoridades ni siquiera llegaban en las noches con inspecciones sorpresa, las certezas de antes solo eran rumores, suposiciones, simples malentendidos. Moloch y su guardiana pronto se desvanecerían como los cuerpos de aquellos golosos monjes, dejando solo el olor a podredumbre en el aire.

INFESTACIÓN

 

El dulce olor de basura podrida la despierta, durmió tan profundamente gracias a la lluvia la noche anterior, que olvido sacarla en la mañana. Al salir al patio vio como las pequeñas larvas de moscas rodeaban la caneca de la basura, se inclina para ver de cerca como las hormigas las persiguen, muerden y arrastran hacia el hormiguero.

Se dirige aun en pijama hacia la cocina, pone leña en el fogón enciende el fuego y pone una olla con agua para hervir el café. Desde el marco de la puerta ve a su abuela descalza peinándose los grises cabellos ondulados y largos, con una peineta frente a un pequeño espejo colgado en la pared, casi sin advertirlo viene a su mente que no ha visto al familiar de su abuela desde la noche. Cuando la olla ya hace hervor le pone en su interior seis cucharadas de café y una de azúcar, lleva una taza y la pone en la mesa del comedor para que la abuela lo vea y lo beba al terminar su ritual de baño de los sábados.

Mientras saca la basura y le quita las larvas a la caneca con agua jabonosa, vuelve a pensar en el familiar de su abuela, así que se pone las botas para la lluvia y sale a buscarlo por los alrededores después de llevar al ternero con la vaca para que lo amamante, al llegar se detiene asustada por la impresión de ver a la enorme serpiente negra bebiendo leche directamente de la ubre de la vaca recién parida. No la interrumpió, solo se sentó junto al ternero que bramaba mientras le acariciaba la frente con distracción; cuando termino y se arrastró de nuevo hacia la casa dejo que el ternero se reuniera con su madre y bebiera la poca leche que quedaba en ella.

Luego de bañarse piensa en mover las macetas con rosas de lugar, ya que las hormigas podían encontrarlas en su búsqueda de más larvas de mosca, cuando estaba moviendo una de las materas especialmente grande esta cayó a sus pies dejando salir desde la tierra y los restos de barro una serie de insectos voladores de color azul y verde brillante, por un momento parecían rodearla, manoteo para alejarlas de su cabello limpio, pero de repente sintió un piquete en su cuello, corrió para abrir la puerta de la calle y los insectos parecieron salir, los que se quedaron sobre los cuadros de la sala y el bombillo fueron espantados con fuego y humo proveniente de un trozo de cartón que encendió.  

Frente al pequeño espejo del baño pudo ver en su cuello dos pequeñas marcas de piquetes más similar a la mordedura de una serpiente, que al de un insecto, extrañamente no dolía, pero se volvía verde de manera muy rápida, fue hasta el patio de hierbas y corto un trozo de sábila y la frotó sobre su marca.

Durante las noches escuchaba leves ruiditos de patas y pequeñas confrontaciones en el techo, los usaba como ruido para conciliar el sueño y olvidar los sonidos provenientes de la habitación de la abuela, que estaba ayudando a otra pobre mujer cansada de parir o asustada de hacerlo fuera del matrimonio. Pero esa noche en especial no eran nada lejanos, casi temía que cayeran del techo a su cama los ratones o murciélagos que usaban el techo como refugio del frío nocturno.

Luego de una noche de lluvia torrencial, las goteras habían desplazado sobre las paredes los excrementos de ratones y murciélagos del techo haciéndolos escurrir por las esquinas, acompañados de un asfixiante olor de amoniaco. Esa tarde le comento a su abuela apenas se despertó, que vendría alguien del pueblo a reparar el techo de su habitación. Esa misma tarde un hombre ni joven ni viejo, con un mutismo desesperante le dijo que tendría que quitar todo el techo pues había más excrementos que madera en el altillo.

Puso a hervir café mientras esperaba que el hombre y su ayudante terminaban de quitar todo el altillo podrido, antes le habían pedido sacar sus objetos personales y cubrir la cama con plástico, una vez termino les llevo café y aprovecho para preguntar sobre cuando tendrían instalado el nuevo techo. Se decepciono cuando el hombre comento que ni siquiera sabía cuando terminaría de quitar lo viejo, menos pensaba en lo nuevo.

La desanimaba la idea de compartir habitación con su abuela, pero no tenía más remedio. Después de cepillarse los dientes fue hasta el cuarto de ésta que olía a eucalipto y otras hierbas agradables, pero que a ella le daban nauseas, le deseo buenas noches mientras veía a la serpiente negra de cuatro metros meterse y enrollarse bajo la cama para vigilar el sueño de su ama. Mientras la abuela se peinaba le mostro el cuello y le pregunto si acaso la mordedura seria de su familiar, ella negó con una sonrisa desdentada, pues ya sus dientes estaban dentro de un vaso con agua de rosas en el tocador.

En medio de la madrugada sintió que su almohada hacia ruidos como si algún insecto se quisiera abrir paso hasta sus oídos así que despertó asustada, luego vio a su abuela durmiendo envuelta en una sábana blanca de pie sobre el cabezal de la cama recostada, siseando como una serpiente cascabel y profundamente dormida, así que cambio las almohadas y se volteó para seguir durmiendo.

A la mañana siguiente se despertó temprano así que aprovecho para barrer los excrementos secos que habían caído en su habitación antes que llegaran los trabajadores, mientras terminaba de asear las habitaciones, desde el comedor la abuela sentada comiendo una papaya a grandes mordiscos con cáscara y pepas, le contaba que había estado escuchando durante la siesta de la tarde a unos pequeños jugando y corriendo por toda la casa, son ángeles le aseguro su nieta, si no dicen palabrotas o echan maldiciones. La abuela le dijo que en todo caso iba a preparar el vestido blanco por si se ofrecía pronto y que no dejara que le pusieran zapatos, siempre los había detestado.

El olor a incienso que inundaba la casa parecía no provenir de ningún lugar determinado, solo estaba allí. Estaba tomándose un café cuando su abuela paso frente a la cocina y le dijo que si llegaba una visita le avisara así estuviera tomando la siesta de la tarde, eso le pareció extraño ya que su abuela solo atendía a sus desesperadas clientas en la noche, así quedaban protegidas de las miradas prejuiciosas. Estaba sirviéndose otra taza de café cuando escucho la puerta, fue a abrir, pero no había nadie, ya que sintió una brisa helada fue hasta el cuarto de la abuela para sacar un poncho, fue allí cuando la vio sobre la cama tendida y serena con sus ojos abiertos y la serpiente negra enrollada en su cuerpo, entonces lo supo su abuela había muerto al fin.

Regreso del funeral satisfecha por haberle ganado la pugna por una parcela en el cementerio al sacerdote, quien acusaba a su abuela de abortera y hereje, pero éste al no tener más pruebas que los rumores de las viejas mujeres que ya no tenían úteros traicioneros de los cuales preocuparse, debió acceder a esparcir sobre su abuela agua bendita y salmos cantados como ante cualquier buen cristiano.

Después de lavar el vestido negro, con jabón azul y rociarlo con infusión de mejorana lo tendió en el patio, aprovechando que el sol era brillante aquella mañana. fue a la cocina por un poco de café, pero se quedó pálida junto al umbral al ver sobre el fogón a un enorme sapo café comiéndose la torta de dulce de guayaba que había dejado para acompañar el café de los trabajadores del techo.

Recupero el movimiento junto al sentido de realidad cuando noto que el sapo cerraba los enormes ojos y abría la boca con aspaviento y dificultad, sin duda estaba atorado por el pedazo de pastel que había mordido, ella se acercó y le ofreció agua, pero el sapo no quiso beberla, le sirvió en una taza algo de café amargo el cual bebió volteando los ojos con satisfacción. Lo dejo terminar la torta y al salir de la cocina se quedó pensando en que ahora tendría un nuevo familiar para reemplazar a esa espantosa serpiente negra que siempre le había disgustado ya que de seguro se había ido a compartir la tumba con su ama.

Abrió la habitación contigua al dormitorio de su abuela en donde atendía a sus clientas, vio los frascos con los fetos que su abuela conservaba para no dejar solo al suyo, que tenía sobre una especie de altar, la pequeña tía Lucy recordaba su nombre justo ahora que lo debía tallar en la cruz entre las rosas del patio, esa misma noche llevo al resto de los fetos y los sepulto entre las demás flores del jardín, con la esperanza de que el sapo se marchara de la casa ya limpia de los recuerdos de ancianas brujas.

Pero no fue así, al salir de bañarse fue hacia la cama de su abuela para dormir, entonces vio al sapo estaba sobre el tocador con los ojos cerrados, así que suspiro con resignación y amargura, apago la luz y se fue a dormir pero no pudo hacerlo con tranquilidad, escuchaba los insectos aruñando desde la almohada, la reviso pero luego de cambiarla un par de veces entendió que los ruidos venían desde sus propios oídos, se levantó y se hurgo el  izquierdo con impaciencia, hundió el cotonete de algodón  hasta que escucho un chasquido saco el palillo de su oído con algo de sangre entonces sintió que algo se movía dentro de su cabeza y escurría, corrió hasta el lavadero y en un platón de agua vio caer desde su oído una pequeña jirafa que nadaba, se froto los ojos llenos de lágrimas al abrirlos nuevamente no vio nada ni la sangre ni a la jirafa, solo vio al sapo mirándola fijamente desde el tocador. De manera que comprendió que su familiar tenia hambre o sed, se levanto y descalza se dirigió a la cocina para preparar café y torta dulce de papaya.

 

 

EL PEJE MAMEY

 Este cuento esta dedicado a mi amado padre, un narrador innato. 


En la noche mientras descargo el carbón que logre quemar desde la mañana, guardo la moneda de plata que recibí después de vender la carga de la semana pasada, me subo discretamente sobre uno de los taburetes vigilando que nadie se vaya a dar cuenta del escondite de las monedas en el entramado del techo, solo está el gato gordo de pelaje blanco y negro, que finge dormir mientras me ve de reojo hacer lo que cada semana hago, esconder mis escasas ganancias de cualquier merodeador.

Después de asearme y quitar todo el hollín de mi cara y manos, preparo la cena un potaje de avena y cebada con alverjas y espinacas, no sabe bien sin pollo, pero ya el último trozo fue consumido en el almuerzo, el gato huele mi plato después de subir a la mesa, se tiende a mi lado y se queda mirando con felicidad sobre mi hombro, ya sabe que su festín será mejor que el mío; desde hace ya un tiempo llegamos al acuerdo silencioso, que sus presas van a ser cocinadas en el  horno ya que las ha tenido que compartir en más de una ocasión, después de todo tres monedas de plata no hacen a un hombre rico o afortunado, pero un gato listo sí que lo hace.

Mientras el gato se relame de satisfacción al terminar su ardilla asada, yo le cuento una de las historias que mi padre solía contarme, el animal detiene su acicalamiento y presta atención como cada noche.

Durante la colonia de hombres criollos en tierra de mestizos e indígenas que se consideraban a sí mismos aristócratas, le sucedió algo muy malo a Simón un pobre hombre patojo a causa de un terrible hongo come carne que se escondía debajo de las uñas de los pies, él trabajaba para don Lautaro de Vargas Castilla y León, virrey de la villa; hasta que el gran señor lo vio cojear en las caballerizas y le desagrado su apariencia por lo cual fue despedido. Simón a partir de ese momento debió sobrevivir pescando en las noches lagos ajenos a hurtadillas.

Una noche de luna clara y buen clima, se despidió de su madre desde la puerta del rancho de bareque y paja que habitaban. Era tan bueno el clima y la luna proyectada sobre el lago lo hicieron dormitar, hasta sentir el tirón de un pez que había picado la caña de pescar, lo saco a toda prisa lanzándolo sobre el campo, al ir a recogerlo vio que era un animal hermoso de colores muy variados, parecía un brillante arcoíris era tal su belleza que sintió lastima de comerlo, pero debía llevar algo a casa para que su anciana madre se alimentara.

Al sacarle el anzuelo de la boca el pobre Simón se quedó más frío que la noche pues escucho claramente como del pez salía una voz:

-          Si me dejas vivir libre, yo te seré útil siempre que tengas una necesidad.  Soy el peje mamey

Simón estuvo completamente quieto mientras el pez le continuaba diciendo:

-          Solo debes decir por Dios y el peje mamey quiero que… y yo te lo concederé.

Simón tan acostumbrado a obedecer dijo: - sí su merced peje mamey. Y lo soltó de nuevo al agua tomo su caña y se devolvió al ranchito pensando en que su mamita tendría hambre en su pobre estomago que él solo llenaría con cuentos.

Ya cansado y mareado miro la luna y dijo casi sin pensar: por Dios y el peje mamey que yo este ya en mi casa. Al instante veía el techo de paja, su madre lo miro sorprendida y le pregunto por dónde había entrado que ella no había quitado la tranca de la puerta, mientras veía con desilusión el balde vacío sin ningún pez, se le acercó y le dijo tranquilo simoncito que por acá tengo un agua panelita caliente, así no dormimos con hambre. Pero Simón empezó a bailar y saltar por toda la choza y grito:

-          ¡por Dios y peje mamey que aparezca una mesa con manjares de criollo para mi mamita y yo!

En el acto apareció una mesa con manteles, vajilla y cubiertos para dos, servida con pan con queso, brevas, carne de cerdo asada y chicha dulce, su madre cayo de espaldas sobre un montón de bagazo de caña de azúcar. Simón la levanto cargada la puso sobre la silla y le puso una breva dulce en la boca desdentada, la anciana salto de alegría y comió carne de cerdo hasta quedar saciada, como nunca pensó estarlo en su vida. Simón bebió hasta quedarse dormido debajo de la mesa.

A la mañana siguiente lo despertó alguien tocando con fuerza la puerta, al abrirla se dio cuenta que era un viejo amigo que le traía una buena noticia, don Lautaro necesitaba quien cuidara a sus cerdos y ya que nunca pasaba por allí, no lo vería cojear entonces podría trabajar en paz. Su anciana madre lo abrazo y le dijo alegre que ya no morirían de hambre y no tendrían que seguir alucinando en las noches que cenaban como criollos. Era normal que la mujer pensara que había sido un sueño la abundancia de la noche anterior, pues ya de la exquisita mesa no quedaba ni rastro.

Simón con su cojera a toda prisa trataba de seguirle el paso a su amigo, mientras él le decía: - vamos patojo vamos. Que es para el que primero llegue.

Simón pensó por Dios y le peje mamey que yo llegue de primero, y así fue su amigo apenas noto el desplazamiento. Ya en las cocheras le dieron un cepillo y baldes llenos de lavazas para los cerdos.  Simón muy obediente empezó a lavar las cocheras y a los cerdos, mientras estos comían noto en sus pies una sensación de comezón, se rasco durante días hasta sangrar, pero la suciedad de las porquerizas solo empeoraba sus hongos come carne. Así que pensó que el peje mamey le podía ayudar con sus labores.

-          Por Dios y el peje mamey que todo este limpio sin que yo deba hacer nada.

El peje completamente fiel a su promesa limpiaba todas las porquerizas cada mañana apenas simón llegaba a la hacienda de don Lautaro, incluso tenía la leña picada y amarrada con bejucos, pero mientras los llevaba pensó que era tan grande el montón de leña que era mejor que este lo llevara y no él al montón. Así que le pidió al peje mamey irse volando sobre la leña. Lo que no había notado el pobre y desafortunado Simón era que desde hacía días alguien lo espiaba.

La bella hija del hacendado, la niña Proserpina lo había estado vigilando sorprendida porque un patojo hacia el trabajo tan rápido, cuando lo vio volando sobre la leña en dirección a los hornos de pan salió corriendo, pensando que era un brujo con pacto pecaminoso con el diablo.

Simón la vio correr, pero pensó que del susto no diría nada, al día siguiente estaba dejando leña bajo los hornos de pan, cuando sintió que un líquido oloroso y tibio lo empapo de la cabeza a los pies, al ver hacia arriba vio a la niña Proserpina con su bacinica gritándole desde la ventana: - Así se espanta a los brujos, hijo del demonio voy a contarle a mi papá y al reverendo padre Garcilaso, y te van a llevar para la inquisición y te van a quemar por brujo, patojo endemoniado.

Simón la vio andar por los corredores buscando a su padre, mientras él llorando la seguía mojado en orina y cojeando, suplicándole que no lo hiciera quemar por la inquisición, que su mamita iba a quedar solita. Pero la joven solo le gritaba patojo endemoniado, simoncito la agarro del brazo y la hizo caer al suelo, le tapó la boca con las manos y le conto que era un peje que más parecía un ángel de lo bonito, el que lo ayudaba que no era nada malo, pero ella lo mordió y corrió a mayor velocidad, Simón se agarraba la cabeza y solo pensaba en su anciana madre muriendo sola y de tristeza al ver a su pobre simoncito quemado en la hoguera y excomulgado por la santa iglesia católica y el reverendo Garcilaso. Entonces no sabiendo que hacer dijo:

-          Por Dios y el peje mamey que la niña Proserpina aparezca en cinta de tres meses, sin ser tocada por varón.

Proserpina quedo de pie casi al instante detenida en su carrera, pues noto una panza de tres meses de preñez, miro al patojo y él dijo: - no puede contar de quien es su bebe, niña Proserpina. Mientras salía cojeando a toda velocidad.

Cuando don Lautaro vio a su hija en ese estado se desmayó de la sorpresa, cuando despertó dijo a sus nodrizas que no podían decir nada hasta el nacimiento del bebé, encerró a su hija en su habitación y juro no hablarle de nuevo.

Simón volvió a su choza y le conto a su madre mientras comían en su mesa servida como para un criollo, y pensó que la pobre niña Proserpina no habría podido cenar por su castigo, así que guardo en una servilleta unas brevas dulces y queso, a la mañana siguiente se las dejo debajo de su ventana, ella lo vio y le lanzo de nuevo su bacinilla con orina mientras lo insultaba y el pobre simoncito corría alejándose. Pero era tal su hambre que comió las brevas y el queso.

Así cada mañana Simón le traía restos de su cena, pronto don Lautaro noto que su hija solo se ponía más radiante y saludable, así que dejo de negarle comida como era su plan hasta que le confesara el nombre del padre de su criatura, culpable de su deshonra.

El día del nacimiento del hijo de la bella Proserpina su padre no pudo seguir molesto, el bebé era muy bello y tenía los ojos azules como la abuela española de Proserpina, entonces don Lautaro decidió organizar una fiesta como no se había visto por las tierras del dorado. Invito a todos los criollos de los alrededores y poblaciones cercanas, prometía días de comida con todo tipo de carne, buen vino y pasteles endulzados con miel y caña.

Tomó al bebé a escondidas y le dio una medalla de San Pablo su santo de nacimiento y dijo al oído del pequeño que si su padre aparecía le entregará la medalla. Cada hombre invitado de prestigio y buena cuna fue pasando frente al bebé para saludar al festejado, pero el pequeño ni siquiera los miraba; ya cansado de la situación el hacendado dio inicio al tercer día de fiesta pensando que su hija había caído en pecado por un empleado de la hacienda, así que todos fueron invitados y presentados al bebé.

Ya al quinto día de fiestas el reverendo padre Garcilaso vio al patojo en las porquerizas y lo señalo desde el balcón, mientras le preguntaba a don Lautaro: - ¿y ese?, don Lautaro escandalizado miro al sacerdote con indignación mientras decía: - ese pobre miserable, ¡sería una vergüenza!  Sin embargo, el sacerdote lo invito a saludar al bebé, quien se arrojó a sus brazos y lanzo sobre él la medalla, que le cayó en el pecho a Simón.

Don Lautaro no pudo con la vergüenza, así que le exigió al reverendo sacerdote que los casara inmediatamente, luego puso a su hija con todas sus pertenencias lujosas, vestido y muebles de recamara en un barco junto al bebe, y al pobre y patojo Simón que solo llevaba un bulto de maíz cocido y su ruana. Lleno el barco de manjares y viandas y los lanzo al mar. Proserpina no dejaba que Simón se acercara sin insultarlo, no le prestaba abrigo o comida, pero él se mantuvo con comida que su peje le daba.

Pero la comida a la bella joven se le termino y temiendo que su hijo muriera de hambre se lo llevo a Simón para que lo alimentara con ayuda del peje mamey, así que en ese mismo momento apareció ante los ojos de Proserpina el peje mamey con sus bellos colores del arcoíris, la joven mujer cayo de espaldas gritando al escuchar al peje presentarse y hacerle una reverencia.  Simón vio a la distancia un convento y dijo: - por Dios y el peje mamey que la bella Proserpina sea la reverenda madre de ese convento y ya no recuerde al peje, al patojo ni al bebé.

Así fue cuando la joven regreso en si estaba vestida con hábitos de monja profesa y sonaba el toque de campañas para el ángelus, se levantó alegre y salió hacia la capilla para seguir su santa y beatifica vida nueva. Mientras el peje hundía el barco hasta el fondo del mar y simoncito el pobre patojo llevaba de la mano a su pequeño hijo hasta la choza de su anciana madre, para presentarlos, pensaba en enseñarlo a pescar y en darle brevas dulces con queso y pan de cenar, ya que el niño crecía extraordinariamente rápido y ya tenía dientes.

El gato estaba dormido, después de todo era la centésima vez que escuchaba la historia del carbonero dueño de tres monedas de plata y un gato, su dueño parecía que nunca moriría, después de que creció tan rápido. Y ya su padre ni su abuela le hacían compañía, ni el peje volvía.

 

FIN.

PISO 7 APATAMENTO 704.

 Al poner la llave en la cerradura para abrir el portón, la nota algo dura, difícil de abrir dando las tres vueltas requeridas, de modo que...