martes, 8 de junio de 2021

TALLER

 

Cartas

Ese día estaba lloviendo, el pantalón rosa se empapo hasta las rodillas, claramente la sombrilla bajo la que estábamos la vieja Amanda y yo no podía cubrirnos del todo, y menos cuando Amanda tiene tantas proporciones, son 85 kilos del más puro y sincero afecto es la verdad, voy a quererla hasta mi muerte. Aunque la sombrilla claramente no nos cubría del todo ella me apretujaba contra su costado como si quisiera que me adhiriera a ella, no lo entendía bien, pero era claro que estaba ya extrañándome. Nos detuvimos frente a un viejo portón blanco rodeado por muros azules, ella detuvo su hasta hace unos segundos apresurados andar y vacilo, bajo la lluvia ella vacilo, supongo que mi vida hubiese sido distinta, ahora creo que infeliz, pero quien a los doce lo sabe.

Al entrar debí esperar en una pequeña mesa cubierta por un mantel blanco con bellos bordes tejidos, estaba amarillo supongo que por los muchos años que llevaba cumpliendo con su servicio de antesala, en aquel reclusorio para mujeres sin talento o con mucho temor. Espere por un largo tiempo, incluso alcance a contar las flores del mantel, los cuadros con santos en el corredor, las flores que se alcanzaban a ver en el patio interno. Pero no me levante de la silla, no por obediencia, más bien por un infantil temor de perderme y que Amanda no pudiera encontrarme en tan blanco lugar, y es que eso sucede en los lugares tan monótonos y sin decoración definida, uno se pierde en esa dimensión de la nada, de la falta de ocupación humana en esos dominios del espíritu santo.

Ya estaba en ese punto del tedio en el que se inicia la inspección de las manos, cuando una pequeña y anciana monja entro y me dijo con su voz casi inaudible, - sígame.

Por supuesto la seguí, siempre he respetado a mis mayores. Entre en una sala algo más decorada, por una mano definitivamente femenina, con los usuales colores pastel que se esperan entre dulces damas antiguas y sin usar. Dentro de un gigantesco armario de madera saco la monja un hábito blanco de una sola pieza, me dijo que me lo midiera a ver si era de mi talla, por supuesto no lo era, pero ella amablemente me consoló, diciendo

- dentro de poco yo sabrá cocer y tejer así podrá hacer sus propios hábitos.

Mientras me asomaba por el espejo estaba esperando que Amanda me lo dijera, que ella me buscara y me confesara lo que ya mi corazón sabía, habíamos llegado a ese convento para dejarme, sola y abandonada como un Oliver twist cualquiera. Me quite el hábito y lo patee lejos sin ver la cara de la pequeña monja mientras me decía: - no seas grosera pequeña, todas amamos al señor.

Y mientras tomaba el vestido del suelo murmuro mientras me tocaba el cabello: - todas con el tiempo. Luego se marchó dejándome dispuesta a llorar mientras deseaba arrojar los escasos adornos por el suelo. Pero no lo hice, es que no soy del tipo teatral siempre he sido más sigilosa como las serpientes, diría un día la madre superiora.

Después de un rato llego una monja poseedora de un rostro hermoso y una sonrisa celestial, con la piel más tersa que yo había contemplado jamás, y digo contemple porque así fue como me quede en estado contemplativo, viéndola andar por la habitación con su hábito completamente blanco excepto por el velo negro y la capa azul turquesa, se movía como una reina en medio de sus dominios; hasta que con su melodiosa voz pronuncio las palabras más mezquinas que he escuchado jamás.

-          Las niñas groseras siempre han sido un desafío, en tiempos lejanos se sabía cómo domesticar el temperamento, sin embargo, yo siempre opto por la tolerancia y te comprendo pequeña. Me miro desde su pedestal, dignándose no solo a verme a los ojos, también tomo mi mentón y dijo tan cerca de mi cara que hasta logre oler su tibio y dulzón aliento: - Serás una cebolla.

Entro una gorda novicia con velo blanco quien sin ningún tipo de cortesía me tomo por el brazo como una muñeca y me dejo en una de las celdas, austera pero limpia como no suelen ser las cosas de los católicos. Dormí sin revolver la cama, sobre las cobijas y la cómoda almohada, mientras cerraba mis ojos pensé en mi padre, ¿en dónde estaría? ¿Con Amanda, acaso me habían abandonado para vivir su amor en libertad? Ojalá fuera así, me gustaba pensar en su felicidad, era mejor que imaginarlo en alguna zanja ahogado en alcohol. Amanda maldita gorda infeliz como se le ocurría dejarme en las manos de la virgen María. – mañana debo averiguar más sobre mis torturadoras, me prometí antes de que mis parpados se cerraran.

Un golpe seco de la puerta abriéndose me despertó, acompañada de una voz exasperada:

- niña rápido a vestirse las encargadas de la huerta y la cocina siempre se levantan temprano.

El agua fría, el chocolate delicioso, el pan incomible, los huevos casi crudos, la compañía inmutable. Empezaba a creer que a las novicias encargadas de la huerta nos cortaban la lengua, pero sería bueno así no saborearía esos asquerosos huevos. Pero no era un hecho, solo era mi mente especulando sobre las novicias que aún estaban dormidas, lo sé por qué de las cuatro de la mañana  a las siete no cerraron la boca, ni siquiera para dejar de maldecir a las ratas que devoraban las cebollas y demás verduras que sembrábamos en el solar exterior, desde allí se veía el edificio que era una inmensa hacienda de dos pisos con patios internos y externos, en donde nos encontrábamos se veía la biblioteca y el comedor, desde uno de los ventanales nos observaba ese demonio hermoso y sonriente con piel de alabastro, deseaba que no fuera a mí.

A las ocho de la mañana las monjas hacían la fila y entraban al salón comedor en mesas redondas tomaban sus alimentos, por supuesto insípidos y frugales como dios manda. Era increíble que la rechoncha hermana Beatriz no supiera guisar, porque obviamente disfrutaba comer. En un año no recuerdo cuantas veces recibí jalones de orejas y pellizcos de sus rechonchos deditos, tenía el cabello corto rojo y las cejas del mismo color, casi deslucía con los tonos del hábito. Ya llevaba un año, sin embargo, nada de velo según mi bellísima carcelera no lo merecía, y ya que las de la huerta tampoco usábamos el hermoso broche de piedras con la imagen de la niña María, me veía aún más desamparada que las demás.

Las cebollas me habían otorgado un penetrante olor, como al resto de mis compañeras quienes podían usar el velo, pero en mi caso no se trataba de que me dormía durante el ángelus, se trataba más bien de Amanda quien se había ido sin dejar dinero.

Mi compañera favorita era Ana, una linda jovencita mayor que yo por varios años, pero era silenciosa, patológicamente tímida y su olor ayudaba a disimular el mío. La he apreciado como a una hija, como a una cría a la cual se le debe cuidar y procurar; es que el instinto maternal está ahí, así el útero no se use.

Cuando cumplió 21 años dejo caer su devocionario entre la bolsa de las cebollas, se apresuró con tan agilidad sobre el objeto, cómo jamás la había visto hacerlo por nada, así que como es natural en mi sospeche, ya que para una analfabeta como ella un devocionario no significaría gran cosa.

Ya hacia bastante tiempo que deambulaba por el edificio conventual a placer, pues vuelvo a repetirlo soy un tanto sigilosa y mi padre no solo me enseñó a leer también a obtener el dinero para los libros, que siempre han sido un objeto de lujo. Y las llaves de la portera eran muy grandes y ella muy ciega algo gracioso si lo piensan bien. Además, para dormir están las horas de oración, y yo quería tener cierto devocionario en mis manos.

 Así que entre a la habitación de Ana, quien dormía plácidamente como solo lo puede hacer alguien cansado, trabajador e inocente. Sobre su escritorio no estaba el devocionario, la verdad fui tonta al esperar que estuviera allí, todos saben que las cosas amadas son vigiladas bajo la almohada. Justo allí esperando por la verdad.

Ya en mi propia habitación, lo leí y solo pude desear sentir aquello. La envidia me embargo durante varias horas mientras miraba el techo desde la oscuridad tendida en mi cama, me preguntaba sobre los elegidos, los que llegan a sentir como sale el sol o cae la lluvia desde la indiferencia del amor humano.

A la mañana siguiente fui hasta el comedor para encontrarme con esos huevos incomibles, pero no vi a la inocente Ana, pregunté por ella a la hermana Beatriz, quien como era su costumbre conto más de lo que se necesitaba:

- diarrea, supongo que ahora se ha vuelto holgazana como tú, ¿quién amanece con mal de estómago el día de cosecha?, Francamente el colmo no le creo nada a las embusteras.

-Tal vez si comiéramos mejor o al menos no tan mal. Conteste mientras salía por la puerta de la cocina a todo vapor antes que la fiera recordara donde había dejado el cucharon de madera, era su favorito para arrojar.

Escribí una nota con mi mejor letra, por supuesto un plagio de la mejor poeta que había leído, decía:

Si ello es fuerza querernos, haya modo,

que es morir el estar siempre riñendo:

no se hable más en celo y en sospecha.

ANA

Deje la nota dentro del devocionario junto a la carta que allí había encontrado y Salí para deslizarlo debajo de su puerta; ella al sentir mis pasos abrió la puerta y me miro con el rostro enjuagado en lágrimas, yo me levante de un solo respingo y quede helada, nunca imagine que el amor doliera tanto.

-escribí una respuesta para ella, debiste decirle que no sabes leer o escribir Ana, creo que está molesta o se siente alejada.

- cállate, por favor, es pecado. Me respondió con un grito ahogado y rabioso mientras me arrebataba el devocionario y cerraba en mi cara la puerta.

Dormí plácidamente sabía que la tentación de la comunicación es siempre ineludible entre los amantes, y nadie mejor que sor Juana y sus versos cómplices. Al despertar tarde tuve que quedarme sola sembrando las semillas de tomates, pero Ana ofreció ayudarme con una renovada sonrisa, se notaba que había entregado la nota y ahora todo estaba bien, ella no hablaba, pero sabía que las palabras se le salían por los ojos, en silencio esparcía las semillas. Pero yo ya estaba cansada de esperar la conversación y recite:

-Pues ni quieres dejarme ni enmendarte,

yo templaré mi corazón de suerte

que la mitad se incline a aborrecerte

aunque la otra mitad se incline a amarte.

Se quedó perpleja, - es hermoso, me dijo levantando la mirada con timidez y anhelo–¿lo escribió?

 Yo asentí con la cabeza y ella lanzo a cualquier parte las semillas, un sutil arrebato de alegría. Durante la tarde en maitines me pidió que leyera el poema completo de sor Juana Inés de la Cruz, una religiosa mexicana. Así que subimos hasta la biblioteca y le solicitamos a la hermana librera que nos prestara un libro de poemas de sor Juana, la mujer que tenía un bigote nada sutil dibujado sobre el labio, nos miró y no pudo resistirse a la maldad del que se sabe privilegiado.  

-esta borrica no lee, y tú dudo que disfrutes de la poesía sacra, en medio de la peste entre las cebollas.

-versos de sor Juana por favor. Le respondí con mi voz más neutral, nunca entendí a esas brujas tenían todo para ser felices y buenas, pero solo querían ser normales.

Fue desesperante verla en su proceso de buscar un libro, su parsimonia en el andar no se comparaba a ningún otro espectáculo de tedio. Pero al voltear para buscar a Ana, la vi por primera vez en años la vi. Estaba parada como una estatua en medio del salón, viendo sin ningún pudor a una monja alta y con anteojos que trabajaba en el escritorio al lado de la ventana que veía al huerto. La monja estaba completamente sonrosada, llena de esos colores que solo el amor puede entregar.

- ¿Qué haces tonta?, te vas a delatar, no la mires así por santa Teresa.

La hale hacia la recepción ya que la desesperante monja venía con un libro. – son los sonetos de san juan de la cruz, les convendrán más. Esa mexicana no es de buena espina. Y entrego el libro con una mirada de ponzoña.

Después de eso ya sabía quién era la receptora de mis cartas, cada vez más apasionadas debo decir, me convertí en una simple escriba, Ana a medida que pasaba el tiempo perdía mas el decoro en mi presencia y me confesaba como a una silla, sus emociones desbordadas por besos en pasillos solitarios y roces indebidos en el comedor. Pero ya no era conmigo con quien deseaba pasar las noches dictando cartas, ella ahora quería lo que la carne se apresuraba a exigir.

Por supuesto con mucho recelo les di mi llave de portería, pero no sin antes exigirle a la pequeña Cristina, que me diera un poco de coraje o valor monetario, ya que ella era de esas jóvenes con padres generosos y buena posición, lo supe desde el momento en que vi el papel en el que escribió su verso reclamante, un buen papel una buena letra un buen bolsillo. En fin, a veces solía quedarme frente a sus puertas escuchándolas, aunque lo intentaban silenciar, un poco de placer escapaba por sus gargantas.

Por supuesto los secretos no duran para siempre, y menos cuando la imprudencia hace que dejes tu escritorio de trabajo y te encuentren con la cabeza bajo el hábito de una novicia recostada sobre un bulto de cebollas. Lo que hace el amor, yo nunca he podido acostumbrarme al olor.

 Luego te llaman con la reina del mundo para preguntar lo que ya saben, que si es tu letra, que si robaste las llaves de portería, que si otras hermanas te han pagado para escribir cartas obscenas, preguntan mientras tienen las cartas sobre el inmaculado escritorio desde el cual la reina del pequeño mundo de esas mujeres, lo controla todo, lo ve todo y lo juzga todo.

Pensándolo bien hace años siendo una niña la vi por primera vez y estaba hermosa ahora aun con su cara roja y enfadada seguía hermosa, como si el espíritu santo la preservara del envejecimiento, era como si su rostro lozano en verdad quisiera estar allí, no era una prisionera como las demás ella era una reina con total control. Me encontraba en tan profundas meditaciones cuando de repente sentí la mejilla roja y el rostro dolorido.

-no me prestas atención, serpiente. Desde el momento en que te vi supe que la mala semilla de nuestro padre había florecido con especial raíz en ti.

La miré con los ojos fijos y con voz suave le dije:

- solo son cartas, palabras nada más. Trataba de explicarle la trivialidad de la situación mientras se resbalaba una sencilla lagrima por mi adolorida mejilla, pero ella no quería escuchar, solo escupir su indignación sobre mí.

-ensuciaste este santo lugar. Con tus palabras, les diste rienda suelta a lo que debían mantener oculto, era una lucha que debían librar y ganar, pero por ti y tus palabras la han perdido. Lo decía con una rabia descontrolada mientras arrojaba las cartas sobre mi cabeza.

Después de darme otro bofetón, me llevo a empujones hasta mi celda. - ¿Dónde están? Pregunto con furia, señale hacia mi cama, luego la hermana de la portería levanto el colchón y vio los billetes que simbolizaban mi cruzada en nombre del amor. Era mucho lo confieso, no pude resistirme a la risa cuando me volteo a ver con su bella piel de alabastro y sus ojos desorbitados de furia – tienes un convento lleno de románticas enamoradas, le dije.

 

Ibagué, Tolima 18 de julio 2020.

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