El día en que llego el
televisor a nuestra pequeña casa de campo de un piso, amplio jardín, cocina de
guadua trenzada y horno de barro para el pan, fue un acontecimiento de gran
felicidad, mi padre instalo la electricidad durante el fin de semana, para evitar
que mi hermana y yo camináramos hasta la casa de la abuela solas y sin permiso,
ni regaños ni golpes lograban evitar la tentación, así que decidió poner una
televisión en casa. Esa noche nos quedamos viendo las noticias luego un
programa que no me intereso, también anunciaron en los espacios comerciales que
a la medianoche darían una película sobre un niño norteamericano que conocía a
un extraterrestre, ame las imágenes y al irme a dormir a eso de las siete y
media después de tomarme el chocolate con arepas de queso que, hacia mi madre
para la cena le pedí a mi padre que me despertara para verla, así lo hizo.
En la mañana desperté tarde y
mi hermana veía una película de Blancanieves sentada en el suelo con las
piernas cruzadas, mientras mi abuela entraba por la puerta con un canasto
cubierto hacia la cocina, la seguí, de hecho, la seguía por todas partes, tenía
mi total devoción, era la primera persona que me había llamado bonita, por
supuesto mi color de piel pálida era determinante a la hora de emitir su
juicio. Junto a mi madre hicieron el desayuno que no recuerdo cómo se veía, ya
que empezaba mi fea costumbre de comer viendo la televisión, solo sé que estaba
delicioso. Cuando se marchaba yo me puse a su lado con mis botas moradas para
la lluvia y la tomé de la mano, estaba lista para acompañarla a su casa, mi
padre me dijo con una frase sin matices: - quítate las botas.
Ese lunes debía llevar una
rana a la clase de ciencias, la dormiríamos con una sustancia y podríamos hacer
luego maldades innecesarias con su pequeño y frio cuerpo. Mi padre había
conseguido para mí un sapo de tamaño mediano y una diminuta rana, ya que no
había podido explicarle con exactitud como debía ser nuestra víctima, nunca he
logrado explicar las intenciones de los otros.
En el colegio la locura se
desarrolló desde temprano, la maestra para evitar los juegos y posterior fuga
de los batracios, ordeno poner unos algodones dentro de los frascos de vidrio
en los que estaban las ranas, yo había llegado con dos diferentes animales y con
un frasco de plástico que antes solía contener panderitos de maicena, por
supuesto la maestra me amonesto por mi inexactitud a la hora de cumplir con mis
tareas. Al no poder verificar si ya estaban inconscientes abrí la tapa, el sapo
se apresuró a saltar, otros liberaron sus ranas las cuales saltaron por el
salón mientras niños y maestra se arremolinaban en un torbellino de voces
festivas y gritos furiosos, una pequeña y delgada niña se desmayó, cayó sobre
su silla de escritorio se lastimo un hombro.
Una vez se restableció la
calma la maestra volvía de entregar a la pequeña y delgada niña con sus padres,
mientras yo esperaba mi castigo mirando el tablero de espaldas a la clase, con
mi brazo derecho dolorido por los tres pellizcos que me había infligido, ella
entro y empezó a hacerme dictado, sabía que tenía dificultades para escribir
correctamente las palabras que contenían g y j, por supuesto en estás descargó
su elección. Los compañeros reían divertidos y malévolos por mis incapacidades
lingüísticas, después de darme una valiosa lección sobre el cuidado que se debe
tener de las personas con poder me dirigí a la casa, mi hermana había decidido
irse con sus amigas de nuevo, así que caminé sola, comí guayabas y para
vengarme decidí matar unos cuantos grillos. Cuando entre vi a mi padre con la
cara y las manos hinchadas y con tintes morados, mi madre lo cubría de miel, al
verme llorar me explicaron que las abejas lo habían picado tratando de defender
su panal del machete de mi padre.
Esa noche no pude dormir, me
había enterado de que mi cazador de ranas preferido en el mundo podía un día
morir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario