lunes, 22 de noviembre de 2021

LAS RANAS.

 

El día en que llego el televisor a nuestra pequeña casa de campo de un piso, amplio jardín, cocina de guadua trenzada y horno de barro para el pan, fue un acontecimiento de gran felicidad, mi padre instalo la electricidad durante el fin de semana, para evitar que mi hermana y yo camináramos hasta la casa de la abuela solas y sin permiso, ni regaños ni golpes lograban evitar la tentación, así que decidió poner una televisión en casa. Esa noche nos quedamos viendo las noticias luego un programa que no me intereso, también anunciaron en los espacios comerciales que a la medianoche darían una película sobre un niño norteamericano que conocía a un extraterrestre, ame las imágenes y al irme a dormir a eso de las siete y media después de tomarme el chocolate con arepas de queso que, hacia mi madre para la cena le pedí a mi padre que me despertara para verla, así lo hizo.

En la mañana desperté tarde y mi hermana veía una película de Blancanieves sentada en el suelo con las piernas cruzadas, mientras mi abuela entraba por la puerta con un canasto cubierto hacia la cocina, la seguí, de hecho, la seguía por todas partes, tenía mi total devoción, era la primera persona que me había llamado bonita, por supuesto mi color de piel pálida era determinante a la hora de emitir su juicio. Junto a mi madre hicieron el desayuno que no recuerdo cómo se veía, ya que empezaba mi fea costumbre de comer viendo la televisión, solo sé que estaba delicioso. Cuando se marchaba yo me puse a su lado con mis botas moradas para la lluvia y la tomé de la mano, estaba lista para acompañarla a su casa, mi padre me dijo con una frase sin matices: - quítate las botas.

Ese lunes debía llevar una rana a la clase de ciencias, la dormiríamos con una sustancia y podríamos hacer luego maldades innecesarias con su pequeño y frio cuerpo. Mi padre había conseguido para mí un sapo de tamaño mediano y una diminuta rana, ya que no había podido explicarle con exactitud como debía ser nuestra víctima, nunca he logrado explicar las intenciones de los otros.

En el colegio la locura se desarrolló desde temprano, la maestra para evitar los juegos y posterior fuga de los batracios, ordeno poner unos algodones dentro de los frascos de vidrio en los que estaban las ranas, yo había llegado con dos diferentes animales y con un frasco de plástico que antes solía contener panderitos de maicena, por supuesto la maestra me amonesto por mi inexactitud a la hora de cumplir con mis tareas. Al no poder verificar si ya estaban inconscientes abrí la tapa, el sapo se apresuró a saltar, otros liberaron sus ranas las cuales saltaron por el salón mientras niños y maestra se arremolinaban en un torbellino de voces festivas y gritos furiosos, una pequeña y delgada niña se desmayó, cayó sobre su silla de escritorio se lastimo un hombro.

Una vez se restableció la calma la maestra volvía de entregar a la pequeña y delgada niña con sus padres, mientras yo esperaba mi castigo mirando el tablero de espaldas a la clase, con mi brazo derecho dolorido por los tres pellizcos que me había infligido, ella entro y empezó a hacerme dictado, sabía que tenía dificultades para escribir correctamente las palabras que contenían g y j, por supuesto en estás descargó su elección. Los compañeros reían divertidos y malévolos por mis incapacidades lingüísticas, después de darme una valiosa lección sobre el cuidado que se debe tener de las personas con poder me dirigí a la casa, mi hermana había decidido irse con sus amigas de nuevo, así que caminé sola, comí guayabas y para vengarme decidí matar unos cuantos grillos. Cuando entre vi a mi padre con la cara y las manos hinchadas y con tintes morados, mi madre lo cubría de miel, al verme llorar me explicaron que las abejas lo habían picado tratando de defender su panal del machete de mi padre.

Esa noche no pude dormir, me había enterado de que mi cazador de ranas preferido en el mundo podía un día morir.

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