martes, 8 de junio de 2021

EL PEJE MAMEY

 Este cuento esta dedicado a mi amado padre, un narrador innato. 


En la noche mientras descargo el carbón que logre quemar desde la mañana, guardo la moneda de plata que recibí después de vender la carga de la semana pasada, me subo discretamente sobre uno de los taburetes vigilando que nadie se vaya a dar cuenta del escondite de las monedas en el entramado del techo, solo está el gato gordo de pelaje blanco y negro, que finge dormir mientras me ve de reojo hacer lo que cada semana hago, esconder mis escasas ganancias de cualquier merodeador.

Después de asearme y quitar todo el hollín de mi cara y manos, preparo la cena un potaje de avena y cebada con alverjas y espinacas, no sabe bien sin pollo, pero ya el último trozo fue consumido en el almuerzo, el gato huele mi plato después de subir a la mesa, se tiende a mi lado y se queda mirando con felicidad sobre mi hombro, ya sabe que su festín será mejor que el mío; desde hace ya un tiempo llegamos al acuerdo silencioso, que sus presas van a ser cocinadas en el  horno ya que las ha tenido que compartir en más de una ocasión, después de todo tres monedas de plata no hacen a un hombre rico o afortunado, pero un gato listo sí que lo hace.

Mientras el gato se relame de satisfacción al terminar su ardilla asada, yo le cuento una de las historias que mi padre solía contarme, el animal detiene su acicalamiento y presta atención como cada noche.

Durante la colonia de hombres criollos en tierra de mestizos e indígenas que se consideraban a sí mismos aristócratas, le sucedió algo muy malo a Simón un pobre hombre patojo a causa de un terrible hongo come carne que se escondía debajo de las uñas de los pies, él trabajaba para don Lautaro de Vargas Castilla y León, virrey de la villa; hasta que el gran señor lo vio cojear en las caballerizas y le desagrado su apariencia por lo cual fue despedido. Simón a partir de ese momento debió sobrevivir pescando en las noches lagos ajenos a hurtadillas.

Una noche de luna clara y buen clima, se despidió de su madre desde la puerta del rancho de bareque y paja que habitaban. Era tan bueno el clima y la luna proyectada sobre el lago lo hicieron dormitar, hasta sentir el tirón de un pez que había picado la caña de pescar, lo saco a toda prisa lanzándolo sobre el campo, al ir a recogerlo vio que era un animal hermoso de colores muy variados, parecía un brillante arcoíris era tal su belleza que sintió lastima de comerlo, pero debía llevar algo a casa para que su anciana madre se alimentara.

Al sacarle el anzuelo de la boca el pobre Simón se quedó más frío que la noche pues escucho claramente como del pez salía una voz:

-          Si me dejas vivir libre, yo te seré útil siempre que tengas una necesidad.  Soy el peje mamey

Simón estuvo completamente quieto mientras el pez le continuaba diciendo:

-          Solo debes decir por Dios y el peje mamey quiero que… y yo te lo concederé.

Simón tan acostumbrado a obedecer dijo: - sí su merced peje mamey. Y lo soltó de nuevo al agua tomo su caña y se devolvió al ranchito pensando en que su mamita tendría hambre en su pobre estomago que él solo llenaría con cuentos.

Ya cansado y mareado miro la luna y dijo casi sin pensar: por Dios y el peje mamey que yo este ya en mi casa. Al instante veía el techo de paja, su madre lo miro sorprendida y le pregunto por dónde había entrado que ella no había quitado la tranca de la puerta, mientras veía con desilusión el balde vacío sin ningún pez, se le acercó y le dijo tranquilo simoncito que por acá tengo un agua panelita caliente, así no dormimos con hambre. Pero Simón empezó a bailar y saltar por toda la choza y grito:

-          ¡por Dios y peje mamey que aparezca una mesa con manjares de criollo para mi mamita y yo!

En el acto apareció una mesa con manteles, vajilla y cubiertos para dos, servida con pan con queso, brevas, carne de cerdo asada y chicha dulce, su madre cayo de espaldas sobre un montón de bagazo de caña de azúcar. Simón la levanto cargada la puso sobre la silla y le puso una breva dulce en la boca desdentada, la anciana salto de alegría y comió carne de cerdo hasta quedar saciada, como nunca pensó estarlo en su vida. Simón bebió hasta quedarse dormido debajo de la mesa.

A la mañana siguiente lo despertó alguien tocando con fuerza la puerta, al abrirla se dio cuenta que era un viejo amigo que le traía una buena noticia, don Lautaro necesitaba quien cuidara a sus cerdos y ya que nunca pasaba por allí, no lo vería cojear entonces podría trabajar en paz. Su anciana madre lo abrazo y le dijo alegre que ya no morirían de hambre y no tendrían que seguir alucinando en las noches que cenaban como criollos. Era normal que la mujer pensara que había sido un sueño la abundancia de la noche anterior, pues ya de la exquisita mesa no quedaba ni rastro.

Simón con su cojera a toda prisa trataba de seguirle el paso a su amigo, mientras él le decía: - vamos patojo vamos. Que es para el que primero llegue.

Simón pensó por Dios y le peje mamey que yo llegue de primero, y así fue su amigo apenas noto el desplazamiento. Ya en las cocheras le dieron un cepillo y baldes llenos de lavazas para los cerdos.  Simón muy obediente empezó a lavar las cocheras y a los cerdos, mientras estos comían noto en sus pies una sensación de comezón, se rasco durante días hasta sangrar, pero la suciedad de las porquerizas solo empeoraba sus hongos come carne. Así que pensó que el peje mamey le podía ayudar con sus labores.

-          Por Dios y el peje mamey que todo este limpio sin que yo deba hacer nada.

El peje completamente fiel a su promesa limpiaba todas las porquerizas cada mañana apenas simón llegaba a la hacienda de don Lautaro, incluso tenía la leña picada y amarrada con bejucos, pero mientras los llevaba pensó que era tan grande el montón de leña que era mejor que este lo llevara y no él al montón. Así que le pidió al peje mamey irse volando sobre la leña. Lo que no había notado el pobre y desafortunado Simón era que desde hacía días alguien lo espiaba.

La bella hija del hacendado, la niña Proserpina lo había estado vigilando sorprendida porque un patojo hacia el trabajo tan rápido, cuando lo vio volando sobre la leña en dirección a los hornos de pan salió corriendo, pensando que era un brujo con pacto pecaminoso con el diablo.

Simón la vio correr, pero pensó que del susto no diría nada, al día siguiente estaba dejando leña bajo los hornos de pan, cuando sintió que un líquido oloroso y tibio lo empapo de la cabeza a los pies, al ver hacia arriba vio a la niña Proserpina con su bacinica gritándole desde la ventana: - Así se espanta a los brujos, hijo del demonio voy a contarle a mi papá y al reverendo padre Garcilaso, y te van a llevar para la inquisición y te van a quemar por brujo, patojo endemoniado.

Simón la vio andar por los corredores buscando a su padre, mientras él llorando la seguía mojado en orina y cojeando, suplicándole que no lo hiciera quemar por la inquisición, que su mamita iba a quedar solita. Pero la joven solo le gritaba patojo endemoniado, simoncito la agarro del brazo y la hizo caer al suelo, le tapó la boca con las manos y le conto que era un peje que más parecía un ángel de lo bonito, el que lo ayudaba que no era nada malo, pero ella lo mordió y corrió a mayor velocidad, Simón se agarraba la cabeza y solo pensaba en su anciana madre muriendo sola y de tristeza al ver a su pobre simoncito quemado en la hoguera y excomulgado por la santa iglesia católica y el reverendo Garcilaso. Entonces no sabiendo que hacer dijo:

-          Por Dios y el peje mamey que la niña Proserpina aparezca en cinta de tres meses, sin ser tocada por varón.

Proserpina quedo de pie casi al instante detenida en su carrera, pues noto una panza de tres meses de preñez, miro al patojo y él dijo: - no puede contar de quien es su bebe, niña Proserpina. Mientras salía cojeando a toda velocidad.

Cuando don Lautaro vio a su hija en ese estado se desmayó de la sorpresa, cuando despertó dijo a sus nodrizas que no podían decir nada hasta el nacimiento del bebé, encerró a su hija en su habitación y juro no hablarle de nuevo.

Simón volvió a su choza y le conto a su madre mientras comían en su mesa servida como para un criollo, y pensó que la pobre niña Proserpina no habría podido cenar por su castigo, así que guardo en una servilleta unas brevas dulces y queso, a la mañana siguiente se las dejo debajo de su ventana, ella lo vio y le lanzo de nuevo su bacinilla con orina mientras lo insultaba y el pobre simoncito corría alejándose. Pero era tal su hambre que comió las brevas y el queso.

Así cada mañana Simón le traía restos de su cena, pronto don Lautaro noto que su hija solo se ponía más radiante y saludable, así que dejo de negarle comida como era su plan hasta que le confesara el nombre del padre de su criatura, culpable de su deshonra.

El día del nacimiento del hijo de la bella Proserpina su padre no pudo seguir molesto, el bebé era muy bello y tenía los ojos azules como la abuela española de Proserpina, entonces don Lautaro decidió organizar una fiesta como no se había visto por las tierras del dorado. Invito a todos los criollos de los alrededores y poblaciones cercanas, prometía días de comida con todo tipo de carne, buen vino y pasteles endulzados con miel y caña.

Tomó al bebé a escondidas y le dio una medalla de San Pablo su santo de nacimiento y dijo al oído del pequeño que si su padre aparecía le entregará la medalla. Cada hombre invitado de prestigio y buena cuna fue pasando frente al bebé para saludar al festejado, pero el pequeño ni siquiera los miraba; ya cansado de la situación el hacendado dio inicio al tercer día de fiesta pensando que su hija había caído en pecado por un empleado de la hacienda, así que todos fueron invitados y presentados al bebé.

Ya al quinto día de fiestas el reverendo padre Garcilaso vio al patojo en las porquerizas y lo señalo desde el balcón, mientras le preguntaba a don Lautaro: - ¿y ese?, don Lautaro escandalizado miro al sacerdote con indignación mientras decía: - ese pobre miserable, ¡sería una vergüenza!  Sin embargo, el sacerdote lo invito a saludar al bebé, quien se arrojó a sus brazos y lanzo sobre él la medalla, que le cayó en el pecho a Simón.

Don Lautaro no pudo con la vergüenza, así que le exigió al reverendo sacerdote que los casara inmediatamente, luego puso a su hija con todas sus pertenencias lujosas, vestido y muebles de recamara en un barco junto al bebe, y al pobre y patojo Simón que solo llevaba un bulto de maíz cocido y su ruana. Lleno el barco de manjares y viandas y los lanzo al mar. Proserpina no dejaba que Simón se acercara sin insultarlo, no le prestaba abrigo o comida, pero él se mantuvo con comida que su peje le daba.

Pero la comida a la bella joven se le termino y temiendo que su hijo muriera de hambre se lo llevo a Simón para que lo alimentara con ayuda del peje mamey, así que en ese mismo momento apareció ante los ojos de Proserpina el peje mamey con sus bellos colores del arcoíris, la joven mujer cayo de espaldas gritando al escuchar al peje presentarse y hacerle una reverencia.  Simón vio a la distancia un convento y dijo: - por Dios y el peje mamey que la bella Proserpina sea la reverenda madre de ese convento y ya no recuerde al peje, al patojo ni al bebé.

Así fue cuando la joven regreso en si estaba vestida con hábitos de monja profesa y sonaba el toque de campañas para el ángelus, se levantó alegre y salió hacia la capilla para seguir su santa y beatifica vida nueva. Mientras el peje hundía el barco hasta el fondo del mar y simoncito el pobre patojo llevaba de la mano a su pequeño hijo hasta la choza de su anciana madre, para presentarlos, pensaba en enseñarlo a pescar y en darle brevas dulces con queso y pan de cenar, ya que el niño crecía extraordinariamente rápido y ya tenía dientes.

El gato estaba dormido, después de todo era la centésima vez que escuchaba la historia del carbonero dueño de tres monedas de plata y un gato, su dueño parecía que nunca moriría, después de que creció tan rápido. Y ya su padre ni su abuela le hacían compañía, ni el peje volvía.

 

FIN.

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