domingo, 13 de diciembre de 2020

Días de lluvia.

 

Dayanne Léon. 

El diluvio inicio con una belleza inusual, un día soleado, con nubes blancas desplazándose lentamente en el cielo guiadas por la brisa, las primeras gotas eran cristalinas, caían sobre las hojas y flores en una danza multicolor liderada por los rayos de sol. las siguientes gotas obligaron a cerrar ventanas y guardar la ropa de los tendederos; perros, gatos y niños entraron a sus casas y esperaron frente a las ventanas lo que ya no sucedería.

Las personas del pueblo estaban algo alarmadas, después de cuatro semanas esa sutil lluvia no cesaba, las plantas empezaban a ahogarse, las prendas de vestir olían a humedad, los huesos de los viejos dolían y los nervios de los niños se tensaban. Ya tomar té, café o chocolate junto a la televisión o los libros no era posible, pues estos se llenaron de hongos y la programación de cada canal y emisora fue cancelado. La alarma se desplazaba sobre ellos como una sombra larga.

Pepe era un adolescente ese día, ahora un joven adulto. Había visto a cientos de personas en el pueblo morir por falta de alimento; los vegetarianos fueron los primeros pues tener convicciones morales en una crisis no es cosa conveniente, no había ninguna planta o cultivo que sobreviviera a la suave e implacable lluvia que todo lo ahogaba, los carnívoros terminaron por consumir gatos, perros y niños que esperaban junto a la ventana lo que nunca sucedería.

Pepe ya era un anciano cuando los carnívoros sin convicciones morales empezaron a perder su cabello, la piel de todos se puso gris y la desnudez ya no era la vergonzosa belleza de antes. En las costas las personas escuchaban a las ballenas cantando odas al triunfo, mientras ellos levantaban sus cabezas y trataban de olfatear animales terrestres, pero no quedaba nada, solo ellos y su hedor a lodo. La superficie sobre la que ahora estaban era blanda, resbaladiza y se diluía como un iceberg en el agua salada. La sed, el hambre y las ballenas que cantaban.

Pepe la vio caer sobre su pie izquierdo, toda roja y brillante, traída por el viento, no las veía desde que su madre le pidió aquel día de belleza inusual que descolgara las sabanas del tendedero, en el patio exterior de la casa; era una rosa. Cuando se agacho para tomarla sintió sobre su espalda cien años de dolor, al levantar su rostro vio el de ella, sin duda una ella, las hembras no perdían sus glándulas mamarias, algo para agradecer al creador; lo veía con sus ojos blancos, acuosos y desorbitados, el rostro estaba tan pegado al suyo que casi compartían respiración. Alargo su mano con traslucidas membranas entre los dedos y devoro la rosa sin dejar de mirarlo, luego de un salto llego al mar y se sumergió, nado, dio unas volteretas, lo miro desde el mar y desapareció en el. Pepe oía el canto de las ballenas mientras se recostaba sobre el montículo de lodo y agradecía que ya el diluvio había terminado, al menos para él.

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PISO 7 APATAMENTO 704.

 Al poner la llave en la cerradura para abrir el portón, la nota algo dura, difícil de abrir dando las tres vueltas requeridas, de modo que...