Cuento de Dayanne
S. León
¿Por qué cuando el tiempo
pasa se va notando en la piel, en las manos, en el pulso? Antes no costaba
tanto lavar los platos...el televisor sigue hablando, adentro hay un hombre
joven medianamente apuesto, bella voz, parece que acariciara con sus sonrisas.
Dice que “los hombres han encontrado sus espíritus, la razón de su existencia,
desde hace miles de años viendo hacia las estrellas; con solo doblar el cuello,
y dirigir la mirada hacia el cielo, nos elevamos”. “Un momento”, “Doblar el
cuello”; el tiempo no pasa en vano, nos deja un terrible dolor por la suerte de
los otros.
Después de una estrepitosa
risa, la que permite la edad, el dolor en el vientre y las lágrimas asomando en
los ojos, queda la mujer quieta, imperturbable, como si nunca se hubiese
sentido más cómoda en su vieja silla, como si su cojín no pudiera estar más
abullonado.
Pobrecitos, no pueden
doblar su cuello hacia arriba, ¡qué suerte! Ya es tarde si sale terminara
resfriada, llega el momento que uno no puede permitirse ni un resfriado; que
pena, las cobijas deben estar frías y el cojín calientito, la sala oscura y el
hombre de la televisión sigue acariciándola con su bella, bellísima voz... “los
hombres somos hermanos de los animales”, con los ojos entre abiertos ve a un
mono, un gorila, un orangután.
Como dice la voz,
¿Primatos? ¿Somos hermanos o primos?, su descubrimiento la hizo dormirse con
una sonrisa en los labios.
La nariz pica, de pronto
como un proyectil, un estornudo; se levanta directo hacia el lavaplatos, debe
terminar de lavarlos algún día, pareciera que no lo va a lograr, es la
televisión siempre la distrae, y los platos se amontonan. ¿Por qué cuando el
tiempo pasa se notará en la piel, en las manos...?, está haciendo frío, ¿Somos primos
o hermanos? Pero si ella no se parece a los monos, ni a los gorilas a ningún
primato, no ella debe ser hermana de sus cerdos y prima de los primatos -eso
es, así es la cosa.
Se arregló un poco su
cabello y salió a ver como habían amanecido sus dos hermano, la reciben como
siempre con ruidos y golpes de cabeza contra la puerta de metal, al menos
huelen igual a ella, mientras comen es evidente la similitud, rosados, cabellos
blancos y gruesos, ojos pequeños y apestan; de nuevo las lágrimas y el dolor en
el vientre, ya hasta reírse duele, -¡Qué suerte!, ¿Hace cuánto no se habrán
lavado?, ¿Hace cuánto ella no se habrá bañado?, que importa, sus hermanos
necesitan algo más importante que el agua.
La luna no se da prisa en
llegar, el sol es un gordo que la cubre. Por fin ha llegado la hora de su voz
melosa: “Las estrellas nos dicen quiénes somos, un ser que no sienta el deseo
de doblar su cuello y posar sus ojos en el firmamento, es un ser condenado a la
tristeza”.
De nuevo ese dolor por la
suerte de los demás, de nuevo se dormirá pensando en la desgracia de sus
hermanos. Pero esta vez no lo hará, se abriga con su raído suéter verde y sale
de la casa, entra a la porqueriza decidida a ayudar a sus iguales, toma al más
gordo y lo acomoda para que vea las estrellas, mientras le dice que:
- Desde hace miles de años
los hombres ven hacia el cielo, para buscar...
¿Qué?, bueno no lo
recuerda, es que hace mucho frío, uno ya no puede permitirse ni un resfriado.
Ahora el otro, ya casi no puede ni levantarlo, ¿Será el frío? Debe ser la
emoción; esta noche tendrá que dormir sin la bella voz del joven, pero no
interesa, sus hermanos le darán calor, eso hacen los hermanos, ¿Lo harán
también los primatos?
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