domingo, 13 de diciembre de 2020

PRIMATOS (cuento)

 

Cuento de Dayanne S. León 

 

¿Por qué cuando el tiempo pasa se va notando en la piel, en las manos, en el pulso? Antes no costaba tanto lavar los platos...el televisor sigue hablando, adentro hay un hombre joven medianamente apuesto, bella voz, parece que acariciara con sus sonrisas. Dice que “los hombres han encontrado sus espíritus, la razón de su existencia, desde hace miles de años viendo hacia las estrellas; con solo doblar el cuello, y dirigir la mirada hacia el cielo, nos elevamos”. “Un momento”, “Doblar el cuello”; el tiempo no pasa en vano, nos deja un terrible dolor por la suerte de los otros. 

 

Después de una estrepitosa risa, la que permite la edad, el dolor en el vientre y las lágrimas asomando en los ojos, queda la mujer quieta, imperturbable, como si nunca se hubiese sentido más cómoda en su vieja silla, como si su cojín no pudiera estar más abullonado. 

 

Pobrecitos, no pueden doblar su cuello hacia arriba, ¡qué suerte! Ya es tarde si sale terminara resfriada, llega el momento que uno no puede permitirse ni un resfriado; que pena, las cobijas deben estar frías y el cojín calientito, la sala oscura y el hombre de la televisión sigue acariciándola con su bella, bellísima voz... “los hombres somos hermanos de los animales”, con los ojos entre abiertos ve a un mono, un gorila, un orangután. 

 

Como dice la voz, ¿Primatos? ¿Somos hermanos o primos?, su descubrimiento la hizo dormirse con una sonrisa en los labios. 

 

La nariz pica, de pronto como un proyectil, un estornudo; se levanta directo hacia el lavaplatos, debe terminar de lavarlos algún día, pareciera que no lo va a lograr, es la televisión siempre la distrae, y los platos se amontonan. ¿Por qué cuando el tiempo pasa se notará en la piel, en las manos...?, está haciendo frío, ¿Somos primos o hermanos? Pero si ella no se parece a los monos, ni a los gorilas a ningún primato, no ella debe ser hermana de sus cerdos y prima de los primatos -eso es, así es la cosa. 

 

Se arregló un poco su cabello y salió a ver como habían amanecido sus dos hermano, la reciben como siempre con ruidos y golpes de cabeza contra la puerta de metal, al menos huelen igual a ella, mientras comen es evidente la similitud, rosados, cabellos blancos y gruesos, ojos pequeños y apestan; de nuevo las lágrimas y el dolor en el vientre, ya hasta reírse duele, -¡Qué suerte!, ¿Hace cuánto no se habrán lavado?, ¿Hace cuánto ella no se habrá bañado?, que importa, sus hermanos necesitan algo más importante que el agua. 

 

La luna no se da prisa en llegar, el sol es un gordo que la cubre. Por fin ha llegado la hora de su voz melosa: “Las estrellas nos dicen quiénes somos, un ser que no sienta el deseo de doblar su cuello y posar sus ojos en el firmamento, es un ser condenado a la tristeza”. 

 

De nuevo ese dolor por la suerte de los demás, de nuevo se dormirá pensando en la desgracia de sus hermanos. Pero esta vez no lo hará, se abriga con su raído suéter verde y sale de la casa, entra a la porqueriza decidida a ayudar a sus iguales, toma al más gordo y lo acomoda para que vea las estrellas, mientras le dice que: 

 

- Desde hace miles de años los hombres ven hacia el cielo, para buscar... 

 

¿Qué?, bueno no lo recuerda, es que hace mucho frío, uno ya no puede permitirse ni un resfriado. Ahora el otro, ya casi no puede ni levantarlo, ¿Será el frío? Debe ser la emoción; esta noche tendrá que dormir sin la bella voz del joven, pero no interesa, sus hermanos le darán calor, eso hacen los hermanos, ¿Lo harán también los primatos?

 

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PISO 7 APATAMENTO 704.

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