lunes, 22 de noviembre de 2021

PISO 7 APATAMENTO 704.

 Al poner la llave en la cerradura para abrir el portón, la nota algo dura, difícil de abrir dando las tres vueltas requeridas, de modo que se impone la nota mental de avisarle al conserje, al entrar ve a tres ratas jugando en las escaleras y lanza un suspiro ante la ineptitud del conserje, un hombre que era un viejo cascarrabias y olvidadizo. 

 Miró las escaleras en forma de caracol que recorrían los diez pisos del edificio, su apartamento estaba en el piso siete, la desanimaba subir con sus bolsas de mercado, pero el ascensor la desanimaba mucho más, la última vez quedo atrapada por casi una hora y media. Desde el corredor vio una botella grande de jugo, estaba sobre un papel que aleteaba por el viento que entraba desde el ventanal del séptimo piso, se acercó sin dejar de mirar la botella de jugo, por supuesto su sabor favorito. 

Se inclino a tomarla, el pulso le tembló un poco al desdoblar la nota ¡bébeme! Era la tercera bebida, pero la primera nota. Abrió su puerta dejo las compras sobre el mesón de la cocina, fue hasta el baño en donde vomito, se lavó la cara, cerró los ojos hasta que el temblor de su cuerpo desapareció, regreso a la sala y llamo a alguien, al no recibir respuesta escribió un email desde su computadora. 

La respuesta llego casi al instante con las palabras “bébelo, que sigue Alicia, lo prometo”. Apago su computadora y bebió el jugo. A los minutos se sintió mareada se dirigió a la habitación, mientras se quedaba dormida decía en voz alta, tratando de imitar la voz melosa de Robert - te podemos ayudar a superar cualquier problema, a la tercera. Estaba perfectamente consciente que era el costo, prefería morir, es a lo que la inclinaba su naturaleza dulce. 

Pensaba en aquella vez que recibió la invitación a las caminatas en el jardín botánico, luego a las noches de estrellas, luego a la sociedad del conejo, en cuando compartió sus almuerzos con Alicia, en sus celos, en las bromas pesadas de Robert. En su inminente muerte.

UN SECRETO

 En una orilla del camino bifurcado, en la ruta de Alhambra, un hombre viejo espera desde hace veinte años un encuentro. En sueños apareció frente a él un hombre de barba gris, con ojos negros y brillantes como de un gorrión, el hombre prometió decirle el secreto de la vida humana, su propósito y finalidad. El hombre viejo nunca se conformó a ser un hijo de la muerte, aun cuando parecía que su encuentro maternal pronto sucedería. 

Una tarde con ráfagas alegres de viento endulzado por los árboles florecidos, entre rayos luminosos, lluvia de pétalos y hojas amarillas apareció el hombre de la barba gris con sus ojos negros brillantes de gorrión, se miraron se hicieron una mutua reverencia y al acercarse lentamente el anciano recibió un secreto en sus oídos, después de una sonrisa cómplice, ambos siguieron su camino en la bifurcación de la ruta de Alhambra.

UNA MADRE

 Cuando vi a pedro por primera vez en la fiesta de Marcela, jamás pensé que allí encontraría a alguien tan idóneo para cumplir mis anhelos, fue una sorpresa total encontrar a alguien como él, un ser lleno de reposo y completo conformismo, en la fiesta organizada por una baronesa hambrienta de poder como era Marcela. La reunión rebosa de personas destinadas al éxito material, al dinero de familia y de inversiones a dominar la vida de otros, a controlar las masas humanas por medio de empresas y consorcios, rebosaba de seres destinados a la voracidad, por supuesto yo estaba incluida por nacimiento en tan cruel destino. 

 Pero yo quiero ser madre, es en todo cuanto puedo pensar desde hace una década, Pero ¿cómo se hace o se es una madre? Lo entendí justo cuando vi a una mujer que amamantaba a su pequeño y observaba al mismo tiempo como jugaba su otro hijo de no más de 4 años en las resbaladillas del parque, recuerdo bien que decidí caminar por el parque para aclarar mi mente y calmar mis nervios, ya que mi destino me cercaba, en la compañía de la familia se aprobó la comercialización de un nuevo producto que yo había creado; las potencialidades de obtener ganancias me había catapultado a la vicepresidencia, ahora sería como Marcela. El temor me paralizaba. 

 Así que con la absoluta sonrisa y paz de esa mujer lo supe, tenía que ser madre, no deseaba ser vicepresidenta, no deseaba ser Marcela, ella había estado desde mi nacimiento como una sombra que supervisaba, pero no amamantaba, ni sonreía o abrazaba, ella solo podía pagar para que otras mujeres se encargaran de estos menesteres tan poco estimulantes, ella jamás me dio una madre. 

 Mi completo asombro por haberle encontrado al fin, me llevo a la incredulidad, por lo que pedro debió soportar varias entrevistas para corroborar que su conformismo era sublime, era un hombre hecho para ser conquistado por el matrimonio y la subsecuente paternidad. Era en pocas palabras perfecto. Por supuesto marcela me arruino económicamente, fue algo que me dio una visión de paz, de estar en el camino correcto, me desvinculaba de ella, como en mi infancia se negaba a mirarme hasta no tener uso de razón. 

Pedro estaba listo también, había logrado entrenarlo para este momento, la modestia y la carencia aderezaría nuestra maternidad, ya teníamos la propiedad deseada, una casa de dos plantas semiderruida, lista para la mano de obra de un padre atento, tierra fértil para el cultivo de árboles frutales y rosas, porque un hijo sin jardín jamás podrá sentirse completamente amado. 

También pensé en tener un par de conejos. Después de unos cuantos encuentros sexuales por supuesto después de una sencilla firma de matrimonio en la iglesia rural de la zona, junto a un sacerdote frugal como se debe, quede embarazada. A veces me sentaba en las sillas del patio a ver el amanecer y beber algo de yerbabuena, mientras acariciaba mi vientre que contenía a una hermosa bebé, estaba dispuesta a ser feliz a ver al ginecólogo y a no hacerle caso si llegaba a poner sus conocimientos médicos generales por sobre el absoluto bienestar de Dulcinea. 

El día del parto sentí todo, perdí el conocimiento, sangre y lágrimas brotaron de mí, pero Dulcinea estaba perfectamente bien, ningún tipo de instrumento o medicamento altero su percepción del mundo, de su realidad como ser reverenciado y amado hasta el exceso. Pedro nos condujo hasta la casa de campo, casi completamente restaurada, eso me hacía sentir orgullosa del padre que había elegido, pasamos por el limonero y los melocotones en cosecha, era una mañana soleada y llore todo el camino de la felicidad. Dulcinea era el único ser que me podía hacer llorar. 

 La mañana que cumplió seis años, le contamos que iría al colegio, eso la puso muy feliz ya llevaba un par de años preguntando por la escuela, por la oportunidad de jugar con otros niños, era una falla de mi parte, desde su nacimiento me habían quitado un ovario por complicaciones, así que iba a ser madre de una no de varias, pero eso estaba bien. Le servía de compañera de juego y expediciones entre los melocotoneros, pero su soledad debía ser curada por otros niños. 

 Hice el desayuno que más le gustaba yogurt con arándanos, frambuesas y algo de nueces, le compré el día anterior su uniforme en el pueblo cercano, ella eligió una bata de conejos azules y zapatillas blancas, con bolso a juego lleno de colores y lápices. Estaba lista pensando en el colegio en sus nuevos amigos en lo fácil que sería amar a su maestra, yo la contemplaba como cada mañana bebiendo mi café. De pronto contra la ventana de la cocina se estrelló un ave, era un hermoso azulejo. Dulcinea salió corriendo y lo tomo en sus blancas manitas, me lo mostro mientras lloriqueaba, yo también llore, pues no deseaba que se enterara de que cosa perversa y corrupta era la muerte. 

 Ese domingo lavaba los platos del almuerzo, al terminar me detuve un momento para contemplar una tarjeta pegada en la nevera, hecha a mano por mi pequeña Dulcinea, que decía: para la mejor mamá del mundo. Esa era yo la mejor madre del mundo, la más feliz, no podía creer que durante siete años había sido inmensamente feliz, supongo que no agradecí mi fortuna, porque casi de inmediato escuche un golpe seco en la entrada, luego pedro me llamo, corrí hacia ellos, Dulcinea sobre el piso bajo las escaleras, daba sus últimos suspiros, me miro trato de sonreír, sus ojos luminosos y eternos se apagaron. Pedro la subió al coche y condujimos hasta el hospital por veinticinco minutos, pero yo que la tenía sobre ms rodillas lo sabía, ya no era una madre. 

 Después del sepelio, llegue a casa y dormí un poco, me desperté asustada hubiera jurado que Dulcinea me llamaba con su voz suavecita como un susurro: - ¿mami, mami, me amas? Pedro dice que no debí cortarme el cabello yo sola, que me corte la oreja, que debo comer, que debo bañarme, que debo dormir, que debo intentar ser madre de nuevo. 

- Y si lo intentamos de nuevo, nada va a remplazar a Dulce, pero ayudara a volver a la vida. Lo dijo en el peor momento, le lance mi taza de café, luego tome las tijeras e intente que su boca dejara de decir esas dolorosas frases. 

Por supuesto el golpe con el que se defendió dio justo en mi mandíbula, al ver que no me podía despertar me llevo al hospital, una vez allí la psicóloga decidió dejarme en observación, Pedro estuvo de acuerdo. Durante las seis semanas que duraba la observación como interna en el hospicio de la cuidad que queda a tres horas, Pedro me visita cada día, me lleva dulces y galletas, también un cambio de ropa sabe que odio las batas blancas, luego me abraza por veinte minutos. 

 Lo veo desde el patio preparando todo para salir hacia el hospicio, me dieron de alta desde hace un par de días, no le he dicho nada, camine sola hasta la casa; algunas personas se paraban a la orilla del camino y ofrecían llevarme, pero yo deseaba caminar, supongo que las personas veían mis pies sangrando y se compadecían, pero rápidamente por mis respuestas se asustaban y seguían su camino. Es que acaso se puede contestar algo razonable cuando te preguntan si estas bien y no lo estás. 

 Mientras caminaba por el patio recogía los melocotones del piso luego me senté bajo el limonero a comérmelos mientras pensaba en lugar en el cual sepultamos el azulejo con el cuello roto. Cerré los ojos y vi su tumba de Dulcinea, era un pequeño Taj Majal que Marcela había construido para su nieta. En los malos días entraba y cerraba la reja, me quedaba allí hasta pasada la madrugada, Pedro dejo de cerrar la reja con llave, cuando vio lo que le hacía a mis dedos y uñas al tratar de abrir, así que cuando no me encontraba en casa, llevaba algo de café, una manta, acaso zapatos al mausoleo, se quedaba conmigo hasta que por compasión con él yo accedía a irnos. 

 Al salir me vio sin sorpresa recostada en el limonero, me dijo mientras me levantaba de la tierra que contrataría a alguna de las mujeres de la cosecha de melocotones para cuidar la casa mientras mis pies sanaban, pero que las rosas no podrían florecer sin mis expresos cuidados, - ¿Qué abono es el que preparas con el agua de las pastas? Es tan difícil hacerlo, debes enseñarme. Subimos las escaleras y me metió en la tina, trajo algo de miel para mis heridas me baño con agua tibia, ¿me amas, aunque no sea madre? Le pregunte mientras le afirmaba que yo si lo amaba, así no fuera un padre. 

 Ana es un joven mujer, pronto será madre su vientre parece a punto de germinar, cocina la sopa de zanahorias más deliciosa que he probado, le pedí la receta para hacérsela a mis futuros hijos, pero la verdad deseo que mi nueva hija no vaya a perder tan delicioso regalo de su antigua madre; la comerá mientras le cuento sobre un pequeño príncipe vanidoso que una mañana al despertar de sus dulces sueños, va hacia su espejo favorito y contempla su imagen distorsionada y desagradables, sin saber que el espejo fue roto por accidente por un sirviente, cae en una profunda tristeza de la que solo lo salva una sombra negra. 

Es que desde el día en que entro a la casa sin más familia o propiedad que su insipiente barriga de 4 meses hemos pensado bajo que melocotonero descansara de su desafortunado destino de joven mujer triste, pedro ya está preparando el mejor y más alejado de la casa.

LAS RANAS.

 

El día en que llego el televisor a nuestra pequeña casa de campo de un piso, amplio jardín, cocina de guadua trenzada y horno de barro para el pan, fue un acontecimiento de gran felicidad, mi padre instalo la electricidad durante el fin de semana, para evitar que mi hermana y yo camináramos hasta la casa de la abuela solas y sin permiso, ni regaños ni golpes lograban evitar la tentación, así que decidió poner una televisión en casa. Esa noche nos quedamos viendo las noticias luego un programa que no me intereso, también anunciaron en los espacios comerciales que a la medianoche darían una película sobre un niño norteamericano que conocía a un extraterrestre, ame las imágenes y al irme a dormir a eso de las siete y media después de tomarme el chocolate con arepas de queso que, hacia mi madre para la cena le pedí a mi padre que me despertara para verla, así lo hizo.

En la mañana desperté tarde y mi hermana veía una película de Blancanieves sentada en el suelo con las piernas cruzadas, mientras mi abuela entraba por la puerta con un canasto cubierto hacia la cocina, la seguí, de hecho, la seguía por todas partes, tenía mi total devoción, era la primera persona que me había llamado bonita, por supuesto mi color de piel pálida era determinante a la hora de emitir su juicio. Junto a mi madre hicieron el desayuno que no recuerdo cómo se veía, ya que empezaba mi fea costumbre de comer viendo la televisión, solo sé que estaba delicioso. Cuando se marchaba yo me puse a su lado con mis botas moradas para la lluvia y la tomé de la mano, estaba lista para acompañarla a su casa, mi padre me dijo con una frase sin matices: - quítate las botas.

Ese lunes debía llevar una rana a la clase de ciencias, la dormiríamos con una sustancia y podríamos hacer luego maldades innecesarias con su pequeño y frio cuerpo. Mi padre había conseguido para mí un sapo de tamaño mediano y una diminuta rana, ya que no había podido explicarle con exactitud como debía ser nuestra víctima, nunca he logrado explicar las intenciones de los otros.

En el colegio la locura se desarrolló desde temprano, la maestra para evitar los juegos y posterior fuga de los batracios, ordeno poner unos algodones dentro de los frascos de vidrio en los que estaban las ranas, yo había llegado con dos diferentes animales y con un frasco de plástico que antes solía contener panderitos de maicena, por supuesto la maestra me amonesto por mi inexactitud a la hora de cumplir con mis tareas. Al no poder verificar si ya estaban inconscientes abrí la tapa, el sapo se apresuró a saltar, otros liberaron sus ranas las cuales saltaron por el salón mientras niños y maestra se arremolinaban en un torbellino de voces festivas y gritos furiosos, una pequeña y delgada niña se desmayó, cayó sobre su silla de escritorio se lastimo un hombro.

Una vez se restableció la calma la maestra volvía de entregar a la pequeña y delgada niña con sus padres, mientras yo esperaba mi castigo mirando el tablero de espaldas a la clase, con mi brazo derecho dolorido por los tres pellizcos que me había infligido, ella entro y empezó a hacerme dictado, sabía que tenía dificultades para escribir correctamente las palabras que contenían g y j, por supuesto en estás descargó su elección. Los compañeros reían divertidos y malévolos por mis incapacidades lingüísticas, después de darme una valiosa lección sobre el cuidado que se debe tener de las personas con poder me dirigí a la casa, mi hermana había decidido irse con sus amigas de nuevo, así que caminé sola, comí guayabas y para vengarme decidí matar unos cuantos grillos. Cuando entre vi a mi padre con la cara y las manos hinchadas y con tintes morados, mi madre lo cubría de miel, al verme llorar me explicaron que las abejas lo habían picado tratando de defender su panal del machete de mi padre.

Esa noche no pude dormir, me había enterado de que mi cazador de ranas preferido en el mundo podía un día morir.

PISO 7 APATAMENTO 704.

 Al poner la llave en la cerradura para abrir el portón, la nota algo dura, difícil de abrir dando las tres vueltas requeridas, de modo que...